Las mil muertes de un ser humano
La muerte nos acompaña desde que nacemos. Está escrita en nuestro ADN. Un día como hoy, dentro de unos años, moriremos. Tal vez nos llore algún ser querido. Lo hará con sinceridad, no lo dudo, pero, tal vez, no sea consciente de que, con mi muerte, también desaparece una parte de su vida, los momentos, pensamientos y sentimientos compartidos. En los últimos años me he dado cuenta que sucede algo parecido cuando derriban un edificio, se secan algunos árboles, se deteriora un libro o dejo de ver a una persona con la que nunca he hablado, pero con la que me he cruzado infinidad de veces en la calle. Morimos múltiples veces en la vida, al mismo tiempo que inscribimos nuestro ADN y nuestros sentimientos en objetos y personas con las que hemos convivido.
Yo recuerdo a mis padres y hermanos cada día. También me acuerdo de aquella compañera de la universidad que falleció de forma temprana e inesperada treinta y siete años después de habernos visto por última vez. Nos gustaba salir de madrugada y caminar detrás de los barrenderos y de los camiones de la basura del Madrid de comienzos de los años setenta, mientras recitaba las Nanas de la cebolla de Miguel Hernández.
Algunas veces paseo por la calle Santa Engracia y veo el edificio donde se encontraba el parvulario al que nuestros padres nos llevaron a mi hermana y a mi y donde nos hicieron una fotografía histórica, reflejo de nuestro cariño profundo.
¿Y cómo olvidar el antiguo tren Talgo en el que declaré mi amor a mi mujer, mi compañera de vida, la razón de mi vida?
Yo ya he muerto muchas veces en los sesenta y dos años que llevo sobre la tierra. He dicho adiós a muchas personas y a muchos objetos. Sólo viven en mis recuerdos y en ellos me refugio cuando el presente me resulta hostil.
Un día como hoy, dentro de uno o varios años puedo estar muerto. No me lloréis: estoy en vuestra memoria. Evócame como fui en los momentos felices que compartimos.
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