MEMORIAS DE UN BIBLIOTECARIO DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA Y TECNOLÓGICA
5. MI PRIMERA ETAPA EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA. LA SECCIÓN DE BIBLIOGRAFÍA[1]
Cuando recibí el alta médica, me incorporé a mi
trabajo en la Biblioteca Nacional. Me presenté ante el subdirector, D. Manuel
Carrión Gútiez, que me adscribió a la Sección de Bibliografía. Pudo haber
varios motivos en este nuevo destino: por una parte, la Sala Universitaria ya
estaba funcionando y, por otra, aquella Sección se encontraba en fase de
reorganización con muy escaso personal. Tal vez pudo haber una tercera razón:
mi padre, D. Justo García Morales, había sido jefe del Servicio Nacional de
Información Bibliográfica desde 1952 hasta 1970, año en el que aquel se
incorpora al Instituto Bibliográfico Hispánico [2]
[3].
Justo
García Morales
La Sección de Bibliografía heredó la colección
del Servicio. Se pretendía ponerla a libre acceso de los lectores, completarla
y actualizarla. Quizá presuponían que, por ser hijo de mi padre, dominaba la
bibliografía y que, en todo caso, contarían con su apoyo indirecto al nuevo
proyecto. Al frente del mismo se encontraba una de las mejores bibliotecarias
españolas, tanto por su cultura literaria e histórica, como por sus
conocimientos técnicos: Dª Mercedes Dexeus Mallol, casada con D. Jaime Moll
Roquetas (1926-2011), musicólogo, bibliotecario (durante años dirigió la
biblioteca de la Real Academia Española), profesor de historia del libro en la
Escuela Documentalistas, catedrático de Bibliografía en la Universidad
Complutense de Madrid y gran impulsor de la bibliografía material en España.
Mercedes
Dexeus Mallol
Las funciones que realizaba en la Sección de Bibliografía
consistían en clasificar las nuevas adquisiciones y los repertorios trasladados
de la antigua colección, cambiar las signaturas topográficas en los distintos
catálogos, localizar bibliografías en el Índice General y atender a los
usuarios.
En cuanto a la primera función, consistía en asignar una notación de un
sistema de clasificación de obras de referencia diseñado por Mercedes Dexeus Mallol. Su descripción se
puede encontrar en su artículo sobre esta Sección. Digamos que comprendía tres
grandes secciones: la primera, identificada por la abreviatura B, correspondía
a los repertorios y obras de consulta generales; la segunda, formada por las
iniciales BM (Bibliografías de Materias) y una notación abreviada de la
clasificación CDU del asunto, se refería a las obras de referencias
especializadas. La tercera sección correspondía a los libros profesionales
adquiridos por cualquier procedimiento. A la abreviatura IB (Información
Bibliográfica) seguía el número de la CDU, también abreviado, correspondiente a
la materia sobre la que versaba la obra: teoría de la bibliografía,
biblioteconomía, documentación, archivística, museología, historia de la
imprenta, etc.[4] Aún existía
un cuarto grupo constituido por las publicaciones de la colección del Servicio Nacional
de Información Bibliográfica que aún no se había trasladado al fondo colocado a
libre acceso de los usuarios, o que no merecía la pena transferir por falta de
actualidad, de calidad u otros motivos. Los libros se identificaban por su
antigua signatura topográfica formada por la abreviatura IB y un número
correlativo.
El traslado de una publicación implicaba tachar a lápiz la
antigua signatura topográfica y escribir la nueva en todos los catálogos de la
Sección, en el Índice General y en las fichas del catálogo diccionario y
sistemático utilizados por los usuarios para evitar que los libros se
“perdieran” o resultaran ilocalizables. Los traslados podían afectar a una
publicación del fondo del Servicio Nacional de Información Bibliográfica o a
una obra de consulta o libro profesional ubicada en el Depósito General. Si se
encontraba en él, revelaba una disfunción en alguno de los puntos del proceso
técnico: adquisiciones, clasificación o en la Sección de Depósito. Si estas
equivocaciones se producían con frecuencia, o si se trataba de un volumen
suelto de un repertorio, cuyos restantes volúmenes estaban en la Sección de
Bibliografía, Mercedes se enfadaba con los responsables de estas unidades o,
incluso, con el Subdirector, pues había una fundada sospecha, que se remontaba
a la época en la que mi padre dirigía el mencionado Servicio, de que había un
cierto boicot a la Sección. Lo cierto es que había muchas limitaciones para que
ésta recibiera todas las obras de referencia y publicaciones profesionales ingresadas
en la Biblioteca Nacional. La primera era el elevado importe de estos
materiales y el presupuesto, no muy elevado, destinado a la compra, que
dificultaba la adquisición de más de un ejemplar. Aquellos que versaban sobre
la temática de una Sección Especial (África, Hispanoamérica, Literatura
infantil...) o se referían a un tipo de material bibliográfico especial
(manuscritos, incunables, impresos antiguos, partituras, grabados, mapas...) se
destinaban a la unidad correspondiente.
Algo similar sucedía con las bibliografías seriadas,
identificadas en el Servicio Nacional de Información Bibliográfica con la
signatura topográfica IB Ser. más un número correlativo. En este caso se cambió
de criterio varias veces: desde guardar todas las entregas en la Sección hasta
dejar en ella los dos o tres últimos años editados y conservar los anteriores
en el servicio de Revistas. En este caso contaba con la inestimable ayuda y
cierta complicidad laboral de mi compañera Matilde Carmona. Los dos intercambiábamos
fichas catalográficas
con
unas detalladas descripciones de los cambios habidos en la historia y colección
de cada bibliografía periódica.
Las limitaciones a las que me refiero nos indujeron a la
siguiente función que realizaba: localizar los repertorios bibliográficos y
obras de consulta mencionados en las principales bibliografías de bibliografías
(Tomo II de la Bibliografía de la Literatura Hispánica de José Simón Díaz[5], Manuel du bibliographie de Louise Nöelle
Malclès[6], Guide to reference books[7], Guide to
reference material[8]...) en el
Índice General. Esta tarea requería habilidad en el conocimiento de las
diferentes normas catalográficas españolas y de
ordenación que se reflejaba en las papeletas del Índice. Estas variables
obligaban a buscar por distintas formas del encabezamiento principal o por
palabras del título. Cuando hallábamos una obra que no figuraba en el catálogo
sistemático de la Sección[9], auténtico
inventario colectivo de las bibliografías y catálogos existentes en la
Biblioteca Nacional, redactábamos una copia del registro para mecanografiarlo,
reproducirlo e intercalar las fichas en aquel. También se evaluaba si merecía
la pena trasladarlo o no a la colección de la Sección de Bibliografía. En el
supuesto de que Mercedes Dexeus decidiera que merecía la pena trasladarla, se
llevaban a cabo las tareas ya referidas; en caso negativo, se consignaba la
signatura topográfica en nuestros catálogos. Incluso había otra posibilidad:
informar a una Sección de la existencia del repertorio, por si les interesaba
trasladarlo a su colección.
Si tenemos en cuenta que la Clasificación Decimal Universal
se empezó a aplicar en la década de los años 1930 y que el catálogo diccionario
se inició en 1956[10], se
comprenderá que "encontráramos" algunos repertorios que estaban
diluidos en el Depósito General. Cuando teníamos alguna dificultad o las
referencias no llevaban a ningún punto de acceso, todo el personal que
trabajaba en la unidad de catálogos me ayudaban a la vez que agradecían las
disfunciones que percibía y les comunicaba. Emilia de la Cámara, Teresa
Estrada, Roberto Liter, Julio Polo,
Carmen Ortega Benayas, Natividad Correas ... me enseñaron mucho en aquella
época de incipiente bibliógrafo.
Entonces, la Biblioteca Nacional de España adolecía de un
espacio físico dedicado a la orientación y la información bibliográfica. Las
funciones y colecciones estaban distribuidas en cuatro zonas como mínimo: la
Sección de Bibliografía, el Salón de Estudios, el llamado patio de las lechugas y la zona de catálogos del público. Esta
carencia también existía cuando mi padre dirigía el Servicio Nacional de
Información Bibliográfica.
La Sección de Bibliografía estaba ubicada en la primera
planta del espacio ocupado entonces por las secciones especiales y hoy por los
distintos laboratorios. La planta estaba dividida en dos zonas: una dedicada a
la sala de lectura, a los habitáculos destinados a los investigadores, que los
solicitaban, y los repertorios generales, fundamentalmente las bibliografías
nacionales. En la otra parte se encontraban los puestos de trabajo del
personal, los catálogos, las colecciones del Servicio Nacional de Información
Bibliográfica, la Biblioteca del
bibliotecario y de repertorios especializados.
La limitación de la distancia del Índice General se salvaba
con un ejemplar fotocopiado del Índice General realizado con los medios
técnicos y económicos aportados por el Instituto Bibliográfico Hispánico, al
que también le interesaba disponer de una copia para fijar las autoridades de
los puntos de acceso de los registros catalográficos que componían el
repertorio Bibliografía Española
Las obras de consulta (enciclopedias, diccionarios,
principales tratados de cada materia, colecciones de clásicos literarios...) se
encontraban en las estanterías adosadas a las paredes del Salón de Estudio.
Los grandes catálogos colectivos (The
National Union Catalogue), y los
catálogos de las grandes bibliotecas nacionales europeas impresos estaban
albergados en estanterías del llamado patio de las lechugas, - se le llamaba coloquialmente así por
las plantas que había en él - que daba paso a las unidades de Bellas Artes y de
Manuscritos, Incunables y Raros, así como a los ascensores que comunicaban con
las Secciones Especiales. Allí, en el centro, también se encontraban los
catálogos al público de estas Secciones.
En la zona de catálogos al público había un espacio de
trabajo donde, a la vez que se intercalaban las fichas, se formaba a los
lectores en el manejo de los ficheros y se trataba de resolver algunas incidencias.
Cuando no se podían solucionar, se enviaba una ficha al Índice General a través
del "tubo". Este consistía en un mecanismo neumático de tubos que
impulsaba un contenedor de plástico duro, donde se introducía una ficha con la
incidencia y/o la respuesta, mediante aire a presión.
Concha
Lois Cabello
La tarea que más satisfacción me producía de las que tenía
asignada, era la atención al usuario. Debo confesar que, si me decidí por
desempeñar mi actividad laboral en el mundo de las bibliotecas, fue porque
quería ayudar a mis semejantes. Mi formación académica, licenciado en
Literatura Española, no daba muchas oportunidades en este sentido. He de
agradecer a Mercedes Dexeus su confianza en mí al permitirme que orientase a
los lectores cuando acudían a la Sección. Esta se encontraba emplazada en un
local poco accesible: la primera planta de la zona donde se encontraban las
secciones especiales, ocupado hoy por los laboratorios fotográficos, de
restauración...
Así pues, los usuarios que atendía, eran estudiosos,
personal docente e investigadores que iban buscando más información de la que
figuraba en los catálogos de la institución. Mis funciones me ayudaron mucho,
pues llegué a conocer la colección de la Sección y los principales repertorios
que se encontraban en otras unidades. No eran muchos los lectores que acudían,
pero sí eran agradecidos y con algunos llegué a alcanzar cierta complicidad. El
manejo de las bibliografías me confirmaba las palabras que pronunciaba mi padre
en sus clases de Bibliografía impartidas en la Escuela de Documentalistas:
"El valor de un repertorio depende del número de índices que le
complemente: un repertorio equivale a tantos como índices tenga, pues dispone
de más posibilidades de recuperar información". Estas palabras eran
ciertas, pero lo índices no tenían la capacidad para combinar varios criterios
de búsqueda a la vez y recuperar las referencias más pertinentes. Sin embargo,
el álgebra de Boole empleada en las bases de datos remotas, sí lo facilitaban.
Así lo había visto en las clases prácticas de teledocumentación, impartidas
en la Escuela por los técnicos de FUINCA, dirigida por D. José María Berenguer.
La industria de las bases de datos, muy incipiente aún en España[11], y las redes
de telecomunicaciones, todavía sin un protocolo universal, facilitaban acceder
a sistemas de gestión de bases de datos en ordenadores ubicados en países muy
lejanos, Un lenguaje de comandos (aún no existían los OPAC) hacía posible
buscar en los ficheros por varios criterios, combinar los resultados y obtener
los registros bibliográficos que respondían a la consulta. ¡Eso sí era una
buena bibliografía para suministrar a los lectores! El objetivo estaba claro:
había que automatizar los repertorios y los catálogos de las grandes
bibliotecas, que actuaban como auténticas bibliografía si obviábamos la
localización física del documento.
A todo ello se unió una larga conversación con mi tío,
Ernesto García Camarero, que, en una visita que hizo a mi padre, nos comentó
que se había creado en la Universidad Complutense de Madrid un Grupo de trabajo
para la informatización de su catálogo. Ernesto era entonces el director del
Centro de Cálculo de la Universidad y yo estaba preparando las oposiciones a su
recién creada Escala Auxiliar de Archivos y Bibliotecas[12]. En efecto,
mi estado de salud no me permitía el esfuerzo de dedicarme a la preparación de
la oposición al Cuerpo Facultativo de Bibliotecas, que obtuvieron mis
compañeros y amigos Carmen Alba López y Carlos Ibáñez Montoya: nuestros caminos
profesionales se bifurcaban de momento. En el mes de noviembre de 1979,
aprobadas las oposiciones, tomé posesión de mi puesto de trabajo en la
biblioteca del Centro de Cálculo. Mis tareas iban a ser triples: organizar su
colección, colaborar en el diseño del programa destinado a la automatización
del catálogo colectivo de la Universidad Complutense de Madrid y ayudar en la
revisión de las obras de referencia de la biblioteca de la Facultad de
Filosofía y Letras.
Me fui con tristeza de la Biblioteca Nacional: allí
quedaban mi padre, mi hermana Eloísa, mi novia Charo, algunas amistades y un
trabajo, en especial el desarrollado en la Sección de Bibliografía [13], que me
gustaba. Allí, además de Mercedes Dexeus, dejé compañeros entrañables con los
que trabajé en la Sección: Pepita García López y Pedro, sobre todo. Pepita, que
guardaba un gran parecido con la actriz Rafaela Aparicio, antes de incorporarse
a la Biblioteca Nacional, fue habilitada del Sindicato de boxeo. En la Sección
hacía las tareas propias de un auxiliar administrativo y ayudaba en la
ordenación e intercalación de las fichas catalográficas, procedentes del
Instituto Bibliográfico Hispánico, que tenían más de un número prefijado de
páginas dedicadas a reseñar bibliografía. Traté de explicarla para qué servía
la CDU y la puntuación de las ISBD, poniéndola como ejemplo que, si un usuario
japonés consultara y conociera esas normas bibliográficas, sabría de qué
trataba el libro y que el dato que seguía a tal puntuación era una colección.
Me miró a los ojos y me preguntó:
-
Y, ¿cuántos lectores japoneses viene a
la biblioteca al año?
En ese momento me enfadó su pregunta, yo que, como siempre,
me sentía orgulloso de la normativa bibliográfica. Poco tiempo después me reía
recordando su respuesta llena de sentido común. Cuando me entero de alguna
nueva norma o proyecto internacional encaminado a la transferencia de
información bibliográfica, me formulo en silencio la misma pregunta que Pepita.
Pedro ¿Álvarez? (no estoy seguro de su apellido) era un
conserje que, además de colocar los volúmenes en las estanterías y distribuir
la correspondencia interior, confeccionaba los tejuelos y los pegaba en los
lomos. Pedro también trabajaba como cobrador de los autobuses municipales,
cuando en éstos iban dos personas: el conductor y el cobrador ubicados,
respectivamente, al comienzo y al final del autocar. Los viajeros de entonces
entrábamos por la puerta trasera. No resultaba raro encontrarle en un autobús
de la línea 27, que era la que tomábamos Charo y yo para desplazarnos a la
Biblioteca o a nuestro domicilio. Cuando esto sucedía, nos saludábamos y
charlábamos brevemente. Pedro tenía un bigote con las puntas engominadas hacia
arriba que daba personalidad a su rostro. Un día desapareció. Probablemente
porque no pudiera compatibilizar los dos trabajos, pues, a menudo, cuando más
le necesitabas, desaparecía: comenzaba su turno en los autobuses públicos de
Madrid.
Le sustituyó otro “portero”, como se les llamaba entonces,
llamado Manolo Ramos. Era un antiguo guardia civil partidario de los militares
que se sublevaron el 18 de julio de 1936. Cuando se producía algún atentado o
se tomaba una decisión drástica durante la transición, siempre te decía lo
mismo:
-
Si viviera Franco, esto no hubiera
sucedido.
O
-
¡Cuidado con Carrillo! Ese es malo,
malo, malo. Si le contara lo que vi en Paracuellos.
En aquellos días resultaba muy delicado significarse
políticamente. Por esta razón, le escuchaba y le miraba, pero sin darle a
conocer mis ideas al respecto.
Y Mercedes Dexeus Mallol. Era una bibliotecaria que sentía
una sincera admiración por mi padre, al que siempre citaba en artículos y
conferencias y al que sucedió al frente del Servicio Nacional de Información
Bibliográfica, en 1972, y del Centro Nacional del Tesoro Documental y
Bibliográfico en 1984, cuando D. Justo se jubiló. Ha sido, también ella ya está
retirada, una de las bibliotecarias más formadas e importantes del panorama
bibliotecario español. Además de impulsar la presencia de bibliotecarios
españoles en los organismos profesionales internacionales, contribuyó en la
redacción de la normativa estatal sobre el patrimonio histórico español.
Organizó y puso en marcha, en colaboración con mis compañeros bibliotecarios
Xavier Agenjo Bullón, Pilar Palá y María Jesús López Bernardo de Quirós, la
automatización del catálogo colectivo del patrimonio bibliográfico español.
Bajo su dirección y aprovechando la bonanza económica y el interés de algunos
directores generales de la Biblioteca Nacional por los impresos antiguos,
adquirió miles y miles de piezas (manuscritos, incunables, impresos antiguos,
grabados, mapas, partituras …) que faltaban en su colección. Tal vez tuviera
algunas veces un fuerte carácter en el trabajo, pero no se ha merecido la
salida anónima y silenciosa que tuvo cuando se jubiló. Cuando Mercedes obtuvo
la dirección de la Biblioteca de la Universidad de Barcelona, la sustituyó al
frente de la Sección de Bibliografía nuestra compañera Concha Lois Cabello.
El último día de trabajo, me juré que regresaría a esa
misma unidad. Volví a la Biblioteca Nacional, pero nunca pude o me dejaron
tornar a Bibliografía. A comienzos del siglo XXI concursé a un puesto de
Técnico Superior de Bibliotecas adscrito al Servicio de Información
Bibliográfica, pero la Directora Técnica, la Directora del Departamento de
Referencia o el Jefe de Servicio de Consulta y Referencia me vetaron. Era otro
concepto de bibliografía, más centrado en los repertorios como materiales
especiales que en la información al usuario. Eso fue mucho tiempo después,
ahora ya contaba con un trabajo fijo, desaparecía el miedo con el que discurría
cada mes de diciembre, pendiente de que nos renovaran el contrato temporal, y
podíamos ir pensando en casarnos y formar un hogar. Además, iba a trabajar algo
entonces muy novedoso: la automatización de bibliotecas.
[1] Hay dos artículos
básicos para conocer el origen y el devenir del servicio de información
bibliográfica en la Biblioteca Nacional: Dexeus, Mercedes.
La Sección de Bibliografía de la
Biblioteca Nacional de Madrid» Boletín
de la ANABAD, 29 (1979), n.º 2, p. 81-86.
y el de Lois Cabello, Concepción. El
Servicio de información bibliográfica de la Biblioteca Nacional, Boletín de la ANABAD, 39 (1989), n.º 3-4,
p. 565-569
Justo García
Morales escribió dos artículos sobre el Servicio Nacional de Información
Bibliográfica: Funcionamiento del servicio de información bibliográfica,
publicado en: Coleccionismo; revista de coleccionistas y curiosos, año XL, nº
205, 1953, p. 7-9 y Servicio de Información Bibliográfica. – Madrid: Dirección
General de Archivos y Bibliotecas, 1953, 1953. – 18 p. – (Anejos del Boletín de
la Dirección General de Archivos y Bibliotecas; 2)
[2] Decreto 642/1970. de 26 de febrero, por el que se crea el Instituto
Bibliográfico Hispánico. En: Boletín Oficial del Estado, núm. 64, de 16 de
marzo de 1970. El reglamento se aprobó mediante Orden de 30 de octubre de 1970,
por la que se aprueba el Reglamento del Instituto Hispánico. En: Boletín
Oficial del Estado, núm. 276, de 18 de noviembre de 1971
[3] Mi padre continuó como
Jefe de la Sección de Bibliografía hasta el año 1972, que fue nombrado director
del Servicio Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico. Dª María Pardo
Suárez le sustituyó hasta que cumplió la edad reglamentaria para jubilarse.
[4] El Servicio Nacional de
Información Bibliotecaria empezó a constituir la Biblioteca del bibliotecario, que reunía los libros profesionales
que iba adquiriendo y cuyo propósito era la actualización de los conocimientos
de los bibliotecarios. Cuando se cerró el Centro de Estudios Bibliográficos y
Documentarios, se refundieron la importante colección que este tenía con la Biblioteca del bibliotecario. Prevaleció
este último nombre y se ubicó en dos espacios existentes en la primera planta,
donde en la actualidad está la unidad encargada de la expedición de tarjetas y
los Servicios de Compra y de Valoración e Incremento del Patrimonio. Cuando las
obras emprendidas en la segunda mitad de la década de los años 1980, afectó a
esta zona, se trasladó a su actual ubicación, al final del lateral Norte de la
Planta primera de la zona noble, exactamente donde estuvo el Servicio de
Clasificación. Al ser menor los metros cuadrados asignados, se transfirieron al
Depósito General los libros más antiguos y desfasados. Entonces pasó a
denominarse Servicio de Documentación Bibliotecaria. Esta unidad, cualquiera
que fuera su denominación, ha tenido una gran importancia en la formación de
los estudiantes de biblioteconomía y documentación y en la actualización de los
conocimientos de los bibliotecarios en activo. Ha sido atendida por varios y
buenos bibliotecarios, desde Justo García Morales a Natividad Escavias
Extremera pasando por Antonia Sarriá Rueda, Mercedes Dexeus Mallol, Emiliano
Pérez Frías, Carmen Alba López, Paloma Fernández Avilés, Eulalia Iglesias y
algunos más que, tal vez y de forma involuntaria, olvide
[5] Simón Díaz, José
Bibliografía de la literatura hispánica / José Simón Díaz; dirección y prólogo
de Joaquín de Entrambasaguas. - Madrid:
Instituto Miguel de Cervantes de Filología Hispánica, 1950-1993. – 16 v. El
tomo II está dedicado a reseñar las Bibliografías de bibliografías.
[6] Malclès, Louise Noëlle Manuel de
bibliographie / Louise Noëlle Malclès. – 3ª ed. Rev. Et mise à jour par Andrée
Lhéritier. – Paris: Presses Universitaires de France, 1976. – 398 p.
[7] Guide to reference books / Compiled by Eugenne P. Sheehy; with the
assistance of Rita G. Kecheissen and Eileen McIlvaine. – 9th ed rev.
expanded and updated version of the 8th ed. By C. M. Winchell.
- Chicago: American Library Association,
1976. – XVIII, 1015 p.
[8] Walford, A. J. Guide to reference material / A. J. Walford. – 3rd.
ed. – London: The Library Association, 1975. – v.
[9] Mercedes Dexeus logró que
se fotocopiaran y se recortaran las fichas de las notaciones 01 y 016 de la CDU
en el catálogo sistemático a disposición del público. Supuso una gran ayuda
para localizar los repertorios bibliográficos existentes en la Biblioteca
Nacional de España, pero adolecía, en mi opinión, de tres defectos: faltaban
las bibliografías y catálogos anteriores a 1930, algunas fichas resultaban
ilegibles y sólo se fotocopió el anverso de las fichas.
[10]
Liter Curieses, Roberto Los Índices / por Roberto Liter Curieses. – En: Revista
de Archivos, Bibliotecas y Museos. – T. 73, nº 1 (1966). - p. 109-120
[11] Para conocer la
historia de la teledocumentación en España, resulta imprescindible leer el
artículo titulado 25 años de
Teledocumentación en España publicado por Tomás Baiget en la Revista Española de Documentación Científica,
v. 21, nº 4, 1998, p. 373-387. También conviene leer el artículo de María
Antonia García Moreno, Nacimiento y
desarrollo de la teledocumentación en España (1973-1979), Documentación de Ciencias de la Información,
nº 17, 1994, p. 39-66. Esta misma autora expuso su tesis doctoral en el
Departamento de Biblioteconomía y Documentación de la Facultad de Ciencias de
la Información de la Universidad Complutense de Madrid. El título de la misma
es Nacimiento y desarrollo de la
teledocumentación en España: producción, distribución y utilización de las
bases de datos españolas (1973-1991). – Madrid: Universidad Complutense de
Madrid, 1997.- 416 p.
[12] Casi al mismo tiempo
que se creaba esta Escala de Auxiliares, se logró que los funcionarios de del
Cuerpo Auxiliar de Archivos, Bibliotecas y Museos pasaran a denominarse
Ayudantes, con una mejor retribución correspondiente al actual grupo
funcionarial A2. Para el paso de una categoría a otra, se les exigió presentar un
proyecto de investigación sobre archivos, bibliotecas o museos. Algunos no
presentaron este trabajo, por lo que permanecieron como Auxiliares de la
Administración General del Estado y no se extinguiera el Cuerpo. Al descubrir
que aún subsistía, permitió que se convocaran nuevas oposiciones en los años
1990. En principio, los funcionarios del Cuerpo Auxiliar resucitado iban a
realizar funciones relacionadas con el proceso final del libro, la gestión de
depósitos y el suministro de publicaciones a los usuarios.
[13] Alejandro Carrión
Gútiez me sustituyó en el contrato y en el puesto de trabajo, pero por poco
tiempo, pues muy pronto obtuvo plaza en el Cuerpo Facultativo de
Bibliotecarios.
¡Muy interesante!
ResponderEliminarLuis Ángel,
ResponderEliminarComparto plenamente tus palabras sobre Mercedes Dexeus. Tuve la gran satisfacción de trabajar con ella en la Biblioteca Universitaria de Barcelona.
Un cordial saludo,
Salvador