MEMORIAS DE UN BIBLIOTECARIO DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA Y TECNOLÓGICA

5.  MI PRIMERA ETAPA EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA. LA SECCIÓN DE BIBLIOGRAFÍA[1]



Cuando recibí el alta médica, me incorporé a mi trabajo en la Biblioteca Nacional. Me presenté ante el subdirector, D. Manuel Carrión Gútiez, que me adscribió a la Sección de Bibliografía. Pudo haber varios motivos en este nuevo destino: por una parte, la Sala Universitaria ya estaba funcionando y, por otra, aquella Sección se encontraba en fase de reorganización con muy escaso personal. Tal vez pudo haber una tercera razón: mi padre, D. Justo García Morales, había sido jefe del Servicio Nacional de Información Bibliográfica desde 1952 hasta 1970, año en el que aquel se incorpora al Instituto Bibliográfico Hispánico [2] [3].



Justo García Morales

La Sección de Bibliografía heredó la colección del Servicio. Se pretendía ponerla a libre acceso de los lectores, completarla y actualizarla. Quizá presuponían que, por ser hijo de mi padre, dominaba la bibliografía y que, en todo caso, contarían con su apoyo indirecto al nuevo proyecto. Al frente del mismo se encontraba una de las mejores bibliotecarias españolas, tanto por su cultura literaria e histórica, como por sus conocimientos técnicos: Dª Mercedes Dexeus Mallol, casada con D. Jaime Moll Roquetas (1926-2011), musicólogo, bibliotecario (durante años dirigió la biblioteca de la Real Academia Española), profesor de historia del libro en la Escuela Documentalistas, catedrático de Bibliografía en la Universidad Complutense de Madrid y gran impulsor de la bibliografía material en España.



Mercedes Dexeus Mallol

Las funciones que realizaba en la Sección de Bibliografía consistían en clasificar las nuevas adquisiciones y los repertorios trasladados de la antigua colección, cambiar las signaturas topográficas en los distintos catálogos, localizar bibliografías en el Índice General y atender a los usuarios.

En cuanto a la primera función, consistía en asignar una notación de un sistema de clasificación de obras de referencia diseñado por Mercedes Dexeus Mallol. Su descripción se puede encontrar en su artículo sobre esta Sección. Digamos que comprendía tres grandes secciones: la primera, identificada por la abreviatura B, correspondía a los repertorios y obras de consulta generales; la segunda, formada por las iniciales BM (Bibliografías de Materias) y una notación abreviada de la clasificación CDU del asunto, se refería a las obras de referencias especializadas. La tercera sección correspondía a los libros profesionales adquiridos por cualquier procedimiento. A la abreviatura IB (Información Bibliográfica) seguía el número de la CDU, también abreviado, correspondiente a la materia sobre la que versaba la obra: teoría de la bibliografía, biblioteconomía, documentación, archivística, museología, historia de la imprenta, etc.[4] Aún existía un cuarto grupo constituido por las publicaciones de la colección del Servicio Nacional de Información Bibliográfica que aún no se había trasladado al fondo colocado a libre acceso de los usuarios, o que no merecía la pena transferir por falta de actualidad, de calidad u otros motivos. Los libros se identificaban por su antigua signatura topográfica formada por la abreviatura IB y un número correlativo.

El traslado de una publicación implicaba tachar a lápiz la antigua signatura topográfica y escribir la nueva en todos los catálogos de la Sección, en el Índice General y en las fichas del catálogo diccionario y sistemático utilizados por los usuarios para evitar que los libros se “perdieran” o resultaran ilocalizables. Los traslados podían afectar a una publicación del fondo del Servicio Nacional de Información Bibliográfica o a una obra de consulta o libro profesional ubicada en el Depósito General. Si se encontraba en él, revelaba una disfunción en alguno de los puntos del proceso técnico: adquisiciones, clasificación o en la Sección de Depósito. Si estas equivocaciones se producían con frecuencia, o si se trataba de un volumen suelto de un repertorio, cuyos restantes volúmenes estaban en la Sección de Bibliografía, Mercedes se enfadaba con los responsables de estas unidades o, incluso, con el Subdirector, pues había una fundada sospecha, que se remontaba a la época en la que mi padre dirigía el mencionado Servicio, de que había un cierto boicot a la Sección. Lo cierto es que había muchas limitaciones para que ésta recibiera todas las obras de referencia y publicaciones profesionales ingresadas en la Biblioteca Nacional. La primera era el elevado importe de estos materiales y el presupuesto, no muy elevado, destinado a la compra, que dificultaba la adquisición de más de un ejemplar. Aquellos que versaban sobre la temática de una Sección Especial (África, Hispanoamérica, Literatura infantil...) o se referían a un tipo de material bibliográfico especial (manuscritos, incunables, impresos antiguos, partituras, grabados, mapas...) se destinaban a la unidad correspondiente.

Algo similar sucedía con las bibliografías seriadas, identificadas en el Servicio Nacional de Información Bibliográfica con la signatura topográfica IB Ser. más un número correlativo. En este caso se cambió de criterio varias veces: desde guardar todas las entregas en la Sección hasta dejar en ella los dos o tres últimos años editados y conservar los anteriores en el servicio de Revistas. En este caso contaba con la inestimable ayuda y cierta complicidad laboral de mi compañera Matilde Carmona. Los dos intercambiábamos fichas catalográficas con unas detalladas descripciones de los cambios habidos en la historia y colección de cada bibliografía periódica.

Las limitaciones a las que me refiero nos indujeron a la siguiente función que realizaba: localizar los repertorios bibliográficos y obras de consulta mencionados en las principales bibliografías de bibliografías (Tomo II de la Bibliografía de la Literatura Hispánica de José Simón Díaz[5], Manuel du bibliographie de Louise Nöelle Malclès[6], Guide to reference books[7], Guide to reference material[8]...) en el Índice General. Esta tarea requería habilidad en el conocimiento de las diferentes normas catalográficas españolas y de ordenación que se reflejaba en las papeletas del Índice. Estas variables obligaban a buscar por distintas formas del encabezamiento principal o por palabras del título. Cuando hallábamos una obra que no figuraba en el catálogo sistemático de la Sección[9], auténtico inventario colectivo de las bibliografías y catálogos existentes en la Biblioteca Nacional, redactábamos una copia del registro para mecanografiarlo, reproducirlo e intercalar las fichas en aquel. También se evaluaba si merecía la pena trasladarlo o no a la colección de la Sección de Bibliografía. En el supuesto de que Mercedes Dexeus decidiera que merecía la pena trasladarla, se llevaban a cabo las tareas ya referidas; en caso negativo, se consignaba la signatura topográfica en nuestros catálogos. Incluso había otra posibilidad: informar a una Sección de la existencia del repertorio, por si les interesaba trasladarlo a su colección.

Si tenemos en cuenta que la Clasificación Decimal Universal se empezó a aplicar en la década de los años 1930 y que el catálogo diccionario se inició en 1956[10], se comprenderá que "encontráramos" algunos repertorios que estaban diluidos en el Depósito General. Cuando teníamos alguna dificultad o las referencias no llevaban a ningún punto de acceso, todo el personal que trabajaba en la unidad de catálogos me ayudaban a la vez que agradecían las disfunciones que percibía y les comunicaba. Emilia de la Cámara, Teresa Estrada, Roberto Liter, Julio Polo, Carmen Ortega Benayas, Natividad Correas ... me enseñaron mucho en aquella época de incipiente bibliógrafo.

Entonces, la Biblioteca Nacional de España adolecía de un espacio físico dedicado a la orientación y la información bibliográfica. Las funciones y colecciones estaban distribuidas en cuatro zonas como mínimo: la Sección de Bibliografía, el Salón de Estudios, el llamado patio de las lechugas y la zona de catálogos del público. Esta carencia también existía cuando mi padre dirigía el Servicio Nacional de Información Bibliográfica.

La Sección de Bibliografía estaba ubicada en la primera planta del espacio ocupado entonces por las secciones especiales y hoy por los distintos laboratorios. La planta estaba dividida en dos zonas: una dedicada a la sala de lectura, a los habitáculos destinados a los investigadores, que los solicitaban, y los repertorios generales, fundamentalmente las bibliografías nacionales. En la otra parte se encontraban los puestos de trabajo del personal, los catálogos, las colecciones del Servicio Nacional de Información Bibliográfica, la Biblioteca del bibliotecario y de repertorios especializados.

La limitación de la distancia del Índice General se salvaba con un ejemplar fotocopiado del Índice General realizado con los medios técnicos y económicos aportados por el Instituto Bibliográfico Hispánico, al que también le interesaba disponer de una copia para fijar las autoridades de los puntos de acceso de los registros catalográficos que componían el repertorio Bibliografía Española

Las obras de consulta (enciclopedias, diccionarios, principales tratados de cada materia, colecciones de clásicos literarios...) se encontraban en las estanterías adosadas a las paredes del Salón de Estudio.

Los grandes catálogos colectivos (The National Union Catalogue), y los catálogos de las grandes bibliotecas nacionales europeas impresos estaban albergados en estanterías del llamado patio de las lechugas, - se le llamaba coloquialmente así por las plantas que había en él - que daba paso a las unidades de Bellas Artes y de Manuscritos, Incunables y Raros, así como a los ascensores que comunicaban con las Secciones Especiales. Allí, en el centro, también se encontraban los catálogos al público de estas Secciones.

En la zona de catálogos al público había un espacio de trabajo donde, a la vez que se intercalaban las fichas, se formaba a los lectores en el manejo de los ficheros y se trataba de resolver algunas incidencias. Cuando no se podían solucionar, se enviaba una ficha al Índice General a través del "tubo". Este consistía en un mecanismo neumático de tubos que impulsaba un contenedor de plástico duro, donde se introducía una ficha con la incidencia y/o la respuesta, mediante aire a presión.



Concha Lois Cabello


La tarea que más satisfacción me producía de las que tenía asignada, era la atención al usuario. Debo confesar que, si me decidí por desempeñar mi actividad laboral en el mundo de las bibliotecas, fue porque quería ayudar a mis semejantes. Mi formación académica, licenciado en Literatura Española, no daba muchas oportunidades en este sentido. He de agradecer a Mercedes Dexeus su confianza en mí al permitirme que orientase a los lectores cuando acudían a la Sección. Esta se encontraba emplazada en un local poco accesible: la primera planta de la zona donde se encontraban las secciones especiales, ocupado hoy por los laboratorios fotográficos, de restauración...

Así pues, los usuarios que atendía, eran estudiosos, personal docente e investigadores que iban buscando más información de la que figuraba en los catálogos de la institución. Mis funciones me ayudaron mucho, pues llegué a conocer la colección de la Sección y los principales repertorios que se encontraban en otras unidades. No eran muchos los lectores que acudían, pero sí eran agradecidos y con algunos llegué a alcanzar cierta complicidad. El manejo de las bibliografías me confirmaba las palabras que pronunciaba mi padre en sus clases de Bibliografía impartidas en la Escuela de Documentalistas: "El valor de un repertorio depende del número de índices que le complemente: un repertorio equivale a tantos como índices tenga, pues dispone de más posibilidades de recuperar información". Estas palabras eran ciertas, pero lo índices no tenían la capacidad para combinar varios criterios de búsqueda a la vez y recuperar las referencias más pertinentes. Sin embargo, el álgebra de Boole empleada en las bases de datos remotas, sí lo facilitaban. Así lo había visto en las clases prácticas de teledocumentación, impartidas en la Escuela por los técnicos de FUINCA, dirigida por D. José María Berenguer. La industria de las bases de datos, muy incipiente aún en España[11], y las redes de telecomunicaciones, todavía sin un protocolo universal, facilitaban acceder a sistemas de gestión de bases de datos en ordenadores ubicados en países muy lejanos, Un lenguaje de comandos (aún no existían los OPAC) hacía posible buscar en los ficheros por varios criterios, combinar los resultados y obtener los registros bibliográficos que respondían a la consulta. ¡Eso sí era una buena bibliografía para suministrar a los lectores! El objetivo estaba claro: había que automatizar los repertorios y los catálogos de las grandes bibliotecas, que actuaban como auténticas bibliografía si obviábamos la localización física del documento.

A todo ello se unió una larga conversación con mi tío, Ernesto García Camarero, que, en una visita que hizo a mi padre, nos comentó que se había creado en la Universidad Complutense de Madrid un Grupo de trabajo para la informatización de su catálogo. Ernesto era entonces el director del Centro de Cálculo de la Universidad y yo estaba preparando las oposiciones a su recién creada Escala Auxiliar de Archivos y Bibliotecas[12]. En efecto, mi estado de salud no me permitía el esfuerzo de dedicarme a la preparación de la oposición al Cuerpo Facultativo de Bibliotecas, que obtuvieron mis compañeros y amigos Carmen Alba López y Carlos Ibáñez Montoya: nuestros caminos profesionales se bifurcaban de momento. En el mes de noviembre de 1979, aprobadas las oposiciones, tomé posesión de mi puesto de trabajo en la biblioteca del Centro de Cálculo. Mis tareas iban a ser triples: organizar su colección, colaborar en el diseño del programa destinado a la automatización del catálogo colectivo de la Universidad Complutense de Madrid y ayudar en la revisión de las obras de referencia de la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras.

Me fui con tristeza de la Biblioteca Nacional: allí quedaban mi padre, mi hermana Eloísa, mi novia Charo, algunas amistades y un trabajo, en especial el desarrollado en la Sección de Bibliografía [13], que me gustaba. Allí, además de Mercedes Dexeus, dejé compañeros entrañables con los que trabajé en la Sección: Pepita García López y Pedro, sobre todo. Pepita, que guardaba un gran parecido con la actriz Rafaela Aparicio, antes de incorporarse a la Biblioteca Nacional, fue habilitada del Sindicato de boxeo. En la Sección hacía las tareas propias de un auxiliar administrativo y ayudaba en la ordenación e intercalación de las fichas catalográficas, procedentes del Instituto Bibliográfico Hispánico, que tenían más de un número prefijado de páginas dedicadas a reseñar bibliografía. Traté de explicarla para qué servía la CDU y la puntuación de las ISBD, poniéndola como ejemplo que, si un usuario japonés consultara y conociera esas normas bibliográficas, sabría de qué trataba el libro y que el dato que seguía a tal puntuación era una colección. Me miró a los ojos y me preguntó:

-      Y, ¿cuántos lectores japoneses viene a la biblioteca al año?

En ese momento me enfadó su pregunta, yo que, como siempre, me sentía orgulloso de la normativa bibliográfica. Poco tiempo después me reía recordando su respuesta llena de sentido común. Cuando me entero de alguna nueva norma o proyecto internacional encaminado a la transferencia de información bibliográfica, me formulo en silencio la misma pregunta que Pepita.

Pedro ¿Álvarez? (no estoy seguro de su apellido) era un conserje que, además de colocar los volúmenes en las estanterías y distribuir la correspondencia interior, confeccionaba los tejuelos y los pegaba en los lomos. Pedro también trabajaba como cobrador de los autobuses municipales, cuando en éstos iban dos personas: el conductor y el cobrador ubicados, respectivamente, al comienzo y al final del autocar. Los viajeros de entonces entrábamos por la puerta trasera. No resultaba raro encontrarle en un autobús de la línea 27, que era la que tomábamos Charo y yo para desplazarnos a la Biblioteca o a nuestro domicilio. Cuando esto sucedía, nos saludábamos y charlábamos brevemente. Pedro tenía un bigote con las puntas engominadas hacia arriba que daba personalidad a su rostro. Un día desapareció. Probablemente porque no pudiera compatibilizar los dos trabajos, pues, a menudo, cuando más le necesitabas, desaparecía: comenzaba su turno en los autobuses públicos de Madrid.

Le sustituyó otro “portero”, como se les llamaba entonces, llamado Manolo Ramos. Era un antiguo guardia civil partidario de los militares que se sublevaron el 18 de julio de 1936. Cuando se producía algún atentado o se tomaba una decisión drástica durante la transición, siempre te decía lo mismo:

-          Si viviera Franco, esto no hubiera sucedido.

O

-          ¡Cuidado con Carrillo! Ese es malo, malo, malo. Si le contara lo que vi en Paracuellos.

En aquellos días resultaba muy delicado significarse políticamente. Por esta razón, le escuchaba y le miraba, pero sin darle a conocer mis ideas al respecto.

Y Mercedes Dexeus Mallol. Era una bibliotecaria que sentía una sincera admiración por mi padre, al que siempre citaba en artículos y conferencias y al que sucedió al frente del Servicio Nacional de Información Bibliográfica, en 1972, y del Centro Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico en 1984, cuando D. Justo se jubiló. Ha sido, también ella ya está retirada, una de las bibliotecarias más formadas e importantes del panorama bibliotecario español. Además de impulsar la presencia de bibliotecarios españoles en los organismos profesionales internacionales, contribuyó en la redacción de la normativa estatal sobre el patrimonio histórico español. Organizó y puso en marcha, en colaboración con mis compañeros bibliotecarios Xavier Agenjo Bullón, Pilar Palá y María Jesús López Bernardo de Quirós, la automatización del catálogo colectivo del patrimonio bibliográfico español. Bajo su dirección y aprovechando la bonanza económica y el interés de algunos directores generales de la Biblioteca Nacional por los impresos antiguos, adquirió miles y miles de piezas (manuscritos, incunables, impresos antiguos, grabados, mapas, partituras …) que faltaban en su colección. Tal vez tuviera algunas veces un fuerte carácter en el trabajo, pero no se ha merecido la salida anónima y silenciosa que tuvo cuando se jubiló. Cuando Mercedes obtuvo la dirección de la Biblioteca de la Universidad de Barcelona, la sustituyó al frente de la Sección de Bibliografía nuestra compañera Concha Lois Cabello.

El último día de trabajo, me juré que regresaría a esa misma unidad. Volví a la Biblioteca Nacional, pero nunca pude o me dejaron tornar a Bibliografía. A comienzos del siglo XXI concursé a un puesto de Técnico Superior de Bibliotecas adscrito al Servicio de Información Bibliográfica, pero la Directora Técnica, la Directora del Departamento de Referencia o el Jefe de Servicio de Consulta y Referencia me vetaron. Era otro concepto de bibliografía, más centrado en los repertorios como materiales especiales que en la información al usuario. Eso fue mucho tiempo después, ahora ya contaba con un trabajo fijo, desaparecía el miedo con el que discurría cada mes de diciembre, pendiente de que nos renovaran el contrato temporal, y podíamos ir pensando en casarnos y formar un hogar. Además, iba a trabajar algo entonces muy novedoso: la automatización de bibliotecas.






[1] Hay dos artículos básicos para conocer el origen y el devenir del servicio de información bibliográfica en la Biblioteca Nacional: Dexeus, Mercedes. La Sección de Bibliografía de la Biblioteca Nacional de Madrid» Boletín de la ANABAD, 29 (1979), n.º 2, p. 81-86.  y el de Lois Cabello, Concepción. El Servicio de información bibliográfica de la Biblioteca Nacional, Boletín de la ANABAD, 39 (1989), n.º 3-4, p. 565-569
Justo García Morales escribió dos artículos sobre el Servicio Nacional de Información Bibliográfica: Funcionamiento del servicio de información bibliográfica, publicado en: Coleccionismo; revista de coleccionistas y curiosos, año XL, nº 205, 1953, p. 7-9 y Servicio de Información Bibliográfica. – Madrid: Dirección General de Archivos y Bibliotecas, 1953, 1953. – 18 p. – (Anejos del Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas; 2)
[2] Decreto 642/1970. de 26 de febrero, por el que se crea el Instituto Bibliográfico Hispánico. En: Boletín Oficial del Estado, núm. 64, de 16 de marzo de 1970. El reglamento se aprobó mediante Orden de 30 de octubre de 1970, por la que se aprueba el Reglamento del Instituto Hispánico. En: Boletín Oficial del Estado, núm. 276, de 18 de noviembre de 1971
[3] Mi padre continuó como Jefe de la Sección de Bibliografía hasta el año 1972, que fue nombrado director del Servicio Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico. Dª María Pardo Suárez le sustituyó hasta que cumplió la edad reglamentaria para jubilarse.
[4] El Servicio Nacional de Información Bibliotecaria empezó a constituir la Biblioteca del bibliotecario, que reunía los libros profesionales que iba adquiriendo y cuyo propósito era la actualización de los conocimientos de los bibliotecarios. Cuando se cerró el Centro de Estudios Bibliográficos y Documentarios, se refundieron la importante colección que este tenía con la Biblioteca del bibliotecario. Prevaleció este último nombre y se ubicó en dos espacios existentes en la primera planta, donde en la actualidad está la unidad encargada de la expedición de tarjetas y los Servicios de Compra y de Valoración e Incremento del Patrimonio. Cuando las obras emprendidas en la segunda mitad de la década de los años 1980, afectó a esta zona, se trasladó a su actual ubicación, al final del lateral Norte de la Planta primera de la zona noble, exactamente donde estuvo el Servicio de Clasificación. Al ser menor los metros cuadrados asignados, se transfirieron al Depósito General los libros más antiguos y desfasados. Entonces pasó a denominarse Servicio de Documentación Bibliotecaria. Esta unidad, cualquiera que fuera su denominación, ha tenido una gran importancia en la formación de los estudiantes de biblioteconomía y documentación y en la actualización de los conocimientos de los bibliotecarios en activo. Ha sido atendida por varios y buenos bibliotecarios, desde Justo García Morales a Natividad Escavias Extremera pasando por Antonia Sarriá Rueda, Mercedes Dexeus Mallol, Emiliano Pérez Frías, Carmen Alba López, Paloma Fernández Avilés, Eulalia Iglesias y algunos más que, tal vez y de forma involuntaria, olvide
[5] Simón Díaz, José Bibliografía de la literatura hispánica / José Simón Díaz; dirección y prólogo de Joaquín de Entrambasaguas. -  Madrid: Instituto Miguel de Cervantes de Filología Hispánica, 1950-1993. – 16 v. El tomo II está dedicado a reseñar las Bibliografías de bibliografías.
[6]  Malclès, Louise Noëlle Manuel de bibliographie / Louise Noëlle Malclès. – 3ª ed. Rev. Et mise à jour par Andrée Lhéritier. – Paris: Presses Universitaires de France, 1976. – 398 p.
[7] Guide to reference books / Compiled by Eugenne P. Sheehy; with the assistance of Rita G. Kecheissen and Eileen McIlvaine. – 9th ed rev. expanded and updated version of the 8th ed. By C. M. Winchell. -  Chicago: American Library Association, 1976. – XVIII, 1015 p.
[8] Walford, A. J. Guide to reference material / A. J. Walford. – 3rd. ed. – London: The Library Association, 1975. – v.
[9] Mercedes Dexeus logró que se fotocopiaran y se recortaran las fichas de las notaciones 01 y 016 de la CDU en el catálogo sistemático a disposición del público. Supuso una gran ayuda para localizar los repertorios bibliográficos existentes en la Biblioteca Nacional de España, pero adolecía, en mi opinión, de tres defectos: faltaban las bibliografías y catálogos anteriores a 1930, algunas fichas resultaban ilegibles y sólo se fotocopió el anverso de las fichas.
[10] Liter Curieses, Roberto Los Índices / por Roberto Liter Curieses. – En: Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. – T. 73, nº 1 (1966). - p. 109-120
[11] Para conocer la historia de la teledocumentación en España, resulta imprescindible leer el artículo titulado 25 años de Teledocumentación en España publicado por Tomás Baiget en la Revista Española de Documentación Científica, v. 21, nº 4, 1998, p. 373-387. También conviene leer el artículo de María Antonia García Moreno, Nacimiento y desarrollo de la teledocumentación en España (1973-1979), Documentación de Ciencias de la Información, nº 17, 1994, p. 39-66. Esta misma autora expuso su tesis doctoral en el Departamento de Biblioteconomía y Documentación de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid. El título de la misma es Nacimiento y desarrollo de la teledocumentación en España: producción, distribución y utilización de las bases de datos españolas (1973-1991). – Madrid: Universidad Complutense de Madrid, 1997.- 416 p.
[12] Casi al mismo tiempo que se creaba esta Escala de Auxiliares, se logró que los funcionarios de del Cuerpo Auxiliar de Archivos, Bibliotecas y Museos pasaran a denominarse Ayudantes, con una mejor retribución correspondiente al actual grupo funcionarial A2. Para el paso de una categoría a otra, se les exigió presentar un proyecto de investigación sobre archivos, bibliotecas o museos. Algunos no presentaron este trabajo, por lo que permanecieron como Auxiliares de la Administración General del Estado y no se extinguiera el Cuerpo. Al descubrir que aún subsistía, permitió que se convocaran nuevas oposiciones en los años 1990. En principio, los funcionarios del Cuerpo Auxiliar resucitado iban a realizar funciones relacionadas con el proceso final del libro, la gestión de depósitos y el suministro de publicaciones a los usuarios.
[13] Alejandro Carrión Gútiez me sustituyó en el contrato y en el puesto de trabajo, pero por poco tiempo, pues muy pronto obtuvo plaza en el Cuerpo Facultativo de Bibliotecarios.

Comentarios

  1. Luis Ángel,
    Comparto plenamente tus palabras sobre Mercedes Dexeus. Tuve la gran satisfacción de trabajar con ella en la Biblioteca Universitaria de Barcelona.
    Un cordial saludo,
    Salvador

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