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Noche en un hospital

Noche en un hospital. Dos ancianas nonagenarias comparten habitación. Todavía se intuyen en sus rostros algunas de las hermosas formas que tuvieron en sus años de esplendor en la hierba . Sus cuerpos están devastados por los partos, la osteoporosis y la artrosis. Sus labios pronuncian frases incomprensibles, que verbalizan vivencias guardadas en la parte del cerebro donde habitan los sentimientos . Fueron vida y son testimonio de tres siglos: el que configuró los principios de su educación y formación infantil (Siglo XIX) y los que han habitado (Siglo XX) y viven (Siglo XXI). Son madres y abuelas, ramas del árbol al que pertenecemos. Si miras bien, en sus pupilas se reflejan aún los amaneceres, los atardeceres y las noches compartidas con su ser más amado. ¡Hermosas palabras, incandescentes caricias que nos engendraron! Hoy las puede las miserias humanas, el dolor, la necesidad de mear, las ganas de defecar... ¡Barro somos, aunque Ana y María nos llamen!. Noche de hospital.

Una vez más di no a las guerras

Tira las armas. Inutilizálas para que nadie las pueda usar. ¿Por qué has de matar a tu semejante, que vive tan manipulado y  miserable como tú. No hagas el juego a los intereses de los poderosos y de los fabricantes de armas. Olvida a los líderes religiosos. ¿Qué religiones son esas que predican el ojo por ojo y las guerras santas?. Trabaja y lucha por la paz. Si descubrieran que la paz es un gran negocio, el más rentable, dedicarían todos sus esfuerzos a ella. Ama a tu hermano,   a esa mujer u hombre que está a punto de ser deshauciado de su vivienda perdiendo su descanso e intimidad. Ayuda a los enfermos que no tienen medios  para curarse. Enseña al que no sabe que le explotan por su ignorancia. Besa con delicadeza y cariño a la mujer maltratada, porque ella es la inteligencia y la vida. Di no a cualquier tipo de guerra. Que nadie te engañe, no hay más existencia ni más naturaleza que la que habitamos ni más seres que con los que las compartimos. ¿P...

Las mil muertes de un ser humano

La muerte nos acompaña desde que nacemos. Está escrita en nuestro ADN. Un día como hoy,  dentro de unos años, moriremos. Tal vez nos llore algún ser querido. Lo hará con sinceridad, no lo dudo, pero, tal vez, no sea consciente de que, con mi muerte, también desaparece una parte de su vida, los momentos, pensamientos y sentimientos compartidos. En los últimos años me he dado cuenta que sucede algo parecido cuando derriban un edificio, se secan algunos árboles, se deteriora un libro o dejo de ver a una persona con la que nunca he hablado, pero con la que me he cruzado infinidad de veces en la calle. Morimos múltiples veces en la vida, al mismo tiempo que inscribimos nuestro ADN y nuestros sentimientos en objetos y personas con las que hemos convivido. Yo recuerdo a mis padres y hermanos cada día. También me acuerdo de aquella compañera de la universidad que falleció de forma temprana e inesperada treinta y siete años después de habernos visto por última vez. Nos gustaba salir de...