MEMORIAS DE UN BIBLIOTECARIO DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA Y TECNOLÓGICA
4. MI PRIMERA ETAPA EN LA BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA. LA SALA UNIVERSITARIA[1]
La creación de la Sala Universitaria de la Biblioteca Nacional surgió en
la segunda mitad de la década de 1970, en 1977, exactamente, y fue otro de los
proyectos de su director, D. Hipólito Escolar Sobrino. Su finalidad era descongestionar
el Salón de Estudios de los numerosos estudiantes universitarios que acudían a
leer los libros en él “perjudicando” a los investigadores. Asistían a la
Biblioteca Nacional porque las bibliotecas de las universidades existentes
entonces en Madrid (la Universidad Complutense, la Autónoma y la Politécnica)
carecían de publicaciones y puestos de lectura suficientes para la creciente
población discente de la década de los años 1970. Había buenas colecciones en
los departamentos y seminarios, pero sólo podían ser utilizadas por el personal
docente y los doctorandos. Otro factor que incidía en la concurrencia a la
Biblioteca Nacional era la céntrica ubicación de esta frente a la de algunas
facultades o Escuelas Universitarias.
Algo similar sucedió en junio de 1931 cuando se inauguró la Sala General
siendo director de la Biblioteca Nacional D. Miguel Artigas Ferrando[2].
El Presidente del Patronato, D. Antonio Zozaya, expone la concepción de la
misión de esta institución para la reciente Segunda República: … La Biblioteca Nacional no va a ser para los
eruditos y los estudiosos, sino para todo el público que circula por la calle y
que encontrará en el establecimiento reposo, distracción y cultura… Los
usuarios para los que se abre la nueva sala son los estudiantes de segunda
enseñanza, “los obreros” y los lectores de obras de ficción. Se constituye una
colección de 12.000 libros de textos, manuales de oficios, obras de cultura
general, pensamiento y literatura que se podían recuperar a través de un catálogo
y un apéndice impresos. Disponía de 180 puestos de lectura, que se ampliarán
hasta 200 en su reinauguración en 1932 y en una nueva ubicación con acceso
independiente desde la calle. Contaba con nuevas instalaciones y con una
colección formada por 13.000 volúmenes de las obras más demandadas por los
lectores[3].
Diez años más tarde, en 1941, se completa con una biblioteca circulante, de la
que los usuarios podían tomar en préstamo domiciliario algunos de los 7.000
títulos, ordenados sistemáticamente por la CDU, que albergaban sus estanterías.
La Sala General experimentó otra reforma, ahora en los comienzos de la
década de los años 1950, obra de D. Hipólito Escolar Sobrino, Comisario de
Extensión Cultural. Sus estanterías contenían libros útiles y, principalmente,
literatura. En esta nueva apertura sí influyeron las escasas bibliotecas
públicas de Madrid, cuyos recursos de toda naturaleza no podían satisfacer las
demandas más elementales de la población. También se tuvo en consideración el
propósito de descargar el Salón General de la Biblioteca Nacional de los
lectores que continuaban restando pupitres a los investigadores y estudiosos.
En 1970 la Sala General se reforma de nuevo para atender a los
estudiantes del Curso de Orientación Universitaria (COU) y de los primeros años
universitarios. Las publicaciones se mantuvieron asimismo a libre acceso de los
usuarios ordenadas por la Clasificación Decimal Universal. La colección de la
Biblioteca Circulante se amplía en esta década hasta los 22.000 volúmenes que
se podían llevar a casa con el correspondiente carné y que se podían tomar
directamente de las estanterías donde se disponían sistemáticamente. Uno de
esos usuarios fui yo, al que orientaba una buena auxiliar de bibliotecas y
mejor ser humano: Carmina Gutiérrez Pérez[4].
La concepción de la Biblioteca Nacional de España como institución
dedicada a todo tipo de usuarios o sólo a los estudiosos e investigadores, ha
sido un tema recurrente a lo largo de su historia y, en particular, desde los
años de la década de 1930. Si a D. Miguel Artigas se le debe la solución de
poder atender a casi todas las categorías de lectores mediante la constitución
de la Sala General y de la Biblioteca Circulante, en el haber de D. Hipólito
Escolar hay que anotar el haber equipado a la Biblioteca Nacional con una sala
adicional, intermedia entre el Salón de Estudios y la mencionada Sala General:
la Sala universitaria. Además, creó una sala de investigadores para la consulta
de manuscritos, incunables, libros raros, obras de teatro y de Cervantes y la
ya mencionada Sala Francisco de Goya para la consulta de los materiales
gráficos, incluidos los mapas y planos, los fondos de las Secciones de África y
de Historia Contemporánea. Las completaban los puestos de lectura existentes en
otras Secciones Especiales como las de Partituras y Música, Literatura
infantil, Hispanoamérica, Bibliografía y Publicaciones Oficiales.
Al sucesor de Escolar y de Jerónimo Martínez, que compaginó los cargos
de Subdirector General de Bibliotecas y Director de la Biblioteca Nacional
durante un breve periodo de tiempo, D. Juan Pablo Fusi Aizpurua, no le quedó
más remedio que cerrar casi todas estas salas a finales de la década de los
años 1980, al tiempo que se trasladaban las colecciones de las denominadas Secciones
Especiales (África, Hispanoamérica, Historia Contemporánea, Literatura infantil
y Publicaciones Oficiales) al Depósito General. Los fondos de la Sala
Universitaria se enviaron, primero, a las naves alquiladas en San Fernando de
Henares y Coslada, mientras se terminaba de construir el edificio diseñado para
la Biblioteca Nacional de Préstamo en Alcalá de Henares y que finalmente se
convirtió en un segundo depósito. El motivo fundamental de los cierres y
traslados fueron las obras que se emprendieron en la sede del Paseo de
Recoletos, de la que no dejaron de remover un metro cuadrado. Se optó por
mantener abierta esta sede a pesar del atronador ruido de las demoliciones y
del frio que pasábamos el personal y los lectores. Estas circunstancias
indujeron a modificar las normas de acceso y a definir la Biblioteca Nacional
como institución de último recurso [5]
dedicada a la conservación del patrimonio bibliográfico y a la investigación.
Una parte de la sociedad no comprendió esta decisión, como tampoco la entendieron
algunos bibliotecarios que clamaban por mantener la situación anterior y por
construir un nuevo edificio con el importe total de las obras de Recoletos, de
las reformas del palacio que ocupaba la Hemeroteca Nacional en la calle de la
Magdalena y del edificio que se empezaba a construir en Alcalá de Henares sin
que nadie aclarara al arquitecto del mismo, D. Francisco Longoria, que no
cesaba de preguntar sobre el nuevo cometido del mismo una vez suprimida la
Biblioteca Nacional de Préstamo. Además, hubo otra intención aprovechando las
circunstancias enumeradas: impulsar indirectamente a dotar de más medios e
infraestructuras a las bibliotecas públicas, municipales y universitarias. La
Biblioteca Nacional no podía contrarrestar las deficiencias de estos sistemas
bibliotecarios y absorber toda la población de usuarios que les eran
específicos.
El debate biblioteca de investigación o dedicada a todo tipo de usuario
persistió más allá del mandato de Juan Pablo Fusi hasta casi la actualidad.
Hoy, la digitalización de impresos y registros audiovisuales, llevada a cabo
por las instituciones de la memoria, y el exponencial crecimiento de los
documentos creados digitalmente, no sólo han restado importancia desde dónde y
en qué momento se accede a las publicaciones, sino también la edad y nivel de
formación de quién las consulta.
Para la selección de los libros, que iban a formar la Sala
Universitaria, se recurrió a los catedráticos de los centros docentes españoles
quienes facilitaron la bibliografía a adquirir en cada área del conocimiento.
Nosotros tres, Carmen Alba López, Carlos Ibáñez Montoya y yo, nos encargamos de
su proceso técnico, clasificación y colocación en las estanterías para que los
usuarios potenciales los tomaran directamente, los hojearan y los leyeran en
los pupitres. Recuerdo especialmente el momento en el que catalogamos las
grandes colecciones inglesas y francesas de los autores clásicos griegos y
romanos. Algunos no figuraban en el Índice general de la Biblioteca Nacional y
la forma autorizada de otros, los menos, estaba mal redactada. Con el
atrevimiento propio de nuestra juventud, destacábamos a Carlos Ibáñez para que
hablara y convenciera a la entonces Jefa de la Sección de Catalogación: Dª
María Luisa Poves Bárcenas, autoridad indiscutible en su materia y profesora de
multitud de bibliotecarios, que la profesaban verdadera veneración y respeto.
En bastantes casos Carlos la convenció y aceptó la forma autorizada o
encabezamiento, como se decía entonces, de muchas propuestas nuestras. Cada aceptación
la considerábamos como un éxito profesional y lo celebrábamos hasta con
algarabía aprovechando la soledad en la que trabajábamos.
A decir verdad, el mérito de la organización técnica de la Sala
Universitaria les corresponde a mis queridos compañeros, Carmen y Carlos, a los
que supervisaba la facultativa Dª Francisca Meroño Aguera. Poco pude contribuir
pues el 4 de febrero de 1977 me operaron en la desaparecida Clínica Los Nardos
del primer tumor maligno que he padecido. Fue una intervención traumática para
mi y para toda mi familia, pues el posoperatorio se complicó con una
tromboembolia en el pulmón y pierna derechas. A los urólogos que me operaron,
D. Jesús Fraga Iribarne y el doctor García Burgos, alumno de mi padre en uno de
los colegios en los que impartió docencia, se unió el equipo de internistas del
hospital y el que me correspondía por la sociedad médica. Éstos últimos no se
ponían de acuerdo sobre las pruebas médicas a realizarme ni si debían o no
intervenirme del trombo. Al final, tras una flebografía, multitud de
radiografías de pulmón y una inútil linfoangiografía, tuvieron que consultar
sus discrepancias con un superespecialista, el Doctor Salvador Laguna Sorrosal.
Y en medio de todo este vértigo médico, ocurrió un trágico incidente: un
paciente mató en la misma planta en la que me encontraba yo ingresado, a un
cirujano de estética y a una enfermera porque había quedado mal. Pocos días
antes de darme de alta, me traían y llevaban en ambulancia a la consulta del
oncólogo Dr. Severino Pérez Modrego, ubicada entonces en la calle Nervión, para
que me examinara y me hiciera un escáner y una gammagrafía. Por fin, el 14 de
abril, me dieron el alta hospitalaria. Ahora quedaba el control regular del
anticoagulante, las cincuenta y cinco sesiones de cobaltoterapia y la quimioterapia[6]
que se prolongó hasta después de los meses del verano. Toda mi familia y mi
mujer se quedó traumatizada con aquel episodio que viví con veinte y cinco
años. Lo que no sabíamos nadie entonces es que acababa de empezar la larga y
cruel relación de nuestra familia con el cáncer, pero el miedo estaba instalado
en mis padres, hermanos y en Charo, mi novia entonces y mi mujer en el
presente.
En 1977[7]
se inauguró la Sala universitaria con una colección formada por 10.000 obras y
260 puestos de lectura[8].
El horario de servicio era de 9 a 21 h. Ocupaba los locales destinados
anteriormente a la Sección de Publicaciones Periódicas y tenía la entrada por
la entreplanta existente entonces entre la sala general de catálogos y la
planta principal de la Biblioteca Nacional. Los reyes Don Juan Carlos I y Doña
Sofía, acompañados por el Ministro de Cultura, D. Pío Cabanillas, el Director
General del Libro y Bibliotecas, D. José B. Terceiro, y el Subdirector General
de Bibliotecas, D. Carlos González Echegaray, también se detuvieron en ella en
la visita que realizaron a esta institución el 2 de mayo de 1978 con motivo con
motivo de dos inauguraciones: la exposición de dibujos y grabados de Goya
organizada por el 150 aniversario de su muerte y la nueva sala de investigadores.
También visitaron otras dependencias como las cámaras blindadas que albergaban
las piezas más valiosas, el Salón de Estudios y el Depósito General. Carlos
Rodríguez Jouliá Saint-Cyr, secretario del director de la Biblioteca se refiere
con las siguientes palabras a la Sala universitaria en el artículo que publicó
dejando constancia de la visita real [9] :
…
recientemente puesta en servicio y que viene a resolver, en parte, el grave
problema de la masiva concurrencia de estudiantes a la Biblioteca Nacional.
Tiene ésta que dar servicio diariamente y durante doce horas a más de 2000
visitantes, que rebasan con mucho la cuantía de sus puestos de lectura. Con la
inauguración de la Sala de investigadores y la puesta en marcha de la sala
universitaria, se ha intentado localizar y atender debidamente dos núcleos
importantísimos y especializados de lectores. La sala universitaria cuenta con
dos plantas, y los libros que en ella se ofrecen a los estudiantes
universitarios han sido adquiridos previa consulta con los catedráticos de los
distintos centros docentes españoles. El estudiante tiene libre acceso a las
estanterías, donde los libros se hallan ordenados por materias, y se les
permite la presentación de desideratas sobre obras que necesite para sus
estudios y que no figuran todavía en la sala. Los puestos de lectura
habilitados hasta el momento ascienden a 262
Años después se acometieron algunas mejoras en
la instalación eléctrica de la luminosa Sala Universitaria, en el control de
acceso de los usuarios y en la apertura de una puerta que comunicaba con las
plantas del Depósito General dedicadas a las publicaciones periódicas[10].
Dirigieron esta unidad Dª Francisca Meroño
hasta 1978, año en la que obtuvo la jefatura de la Sección de Publicaciones
Oficiales en sustitución de la facultativa de bibliotecas Dª Matilde Vilarroig.
Durante el periodo comprendido entre 1978 y 1986 el responsable de la Sala
Universitaria fue D. Luis Barreiro España[11],
director del Departamento de Servicio al Lector y Seguridad desde 1981, año en
el que se acometió una reorganización de la Biblioteca Nacional creándose seis
Departamentos[12]. El
Departamento dirigido por D. Luis Barreiro abarcaba las salas de Estudio,
Universitaria, General, la Biblioteca Circulante, los servicios de préstamo
interbibliotecario y fotográfico, el Laboratorio de Restauración y la Sección
de Tarjetas.
Carmen Alba López pasó a la Sección de
Hispanoamérica en 1977 hasta 1978, año en el que sustituyó a Carlos Ibáñez en
la Sala Universitaria. Ambos obtuvieron plaza en la oposición del Cuerpo
Facultativo de Bibliotecas, a la que no me presenté por encontrarme en fase de
recuperación de mi enfermedad. Carmen volvió, ahora como funcionaria, a la
Biblioteca Nacional de España en 1980 siendo adscrita a la Sección de África.
Carlos obtuvo plaza en la Biblioteca Pública de Vitoria, donde ejerció de
director durante prácticamente toda la década de los años 1980 y parte de los
años 1990, en que obtuvo plaza en el Ministerio de Administraciones Públicas,
en sus distintas denominaciones, hasta 2014, año en el que se jubiló
anticipadamente. Otra compañera que trabajó en la Sala Universitaria entre 1981
y 1982, primero como contratada laboral y luego como becaria, fue D ª María
Antonia Chiverto Pareja[13].
La colección de la Sala Universitaria fue
aumentando en los años siguientes a su inauguración. Los impresos procedían de
la compra de desideratas de los lectores y de las terceras y sucesivas
ediciones de libros españoles académicos, recibidos por Depósito Legal,
susceptibles de interesar a las áreas del conocimiento cubiertas por este
servicio. Los ingresos habidos desde 1977 hasta 1984, ascienden a un total de
4.161 títulos[14]:
Aparte de que no se disponen de datos para los
años 1985 y 1986, conviene tener en cuenta que en la Sala Universitaria también
se expurgaban libros o se remitían a la Sala General y a la Biblioteca
Circulante. A finales de 1984 la Sala Universitaria constaba de 15.335 libros
según se indica en la Memoria anual de dicho año.
De las mismas fuentes podemos conocer el
movimiento de lectores habido durante el periodo en el que funcionó esta unidad
(1977-1986) en las que podemos denominar salas de lecturas de carácter general,
es decir: Salón de Estudio, Sala General, Biblioteca o Sección Circulante y
Sala Universitaria. La tabla que figura al final de este capítulo como anexo
muestra la estadística de usuarios y publicaciones que circularon en unos años
en los que las colas de lectores a la espera de poder entrar en la Biblioteca
Nacional llegaban hasta el jardín de la institución.
A pesar de la falta de cifras en algunos años
en algunas salas y de la carencia de uniformidad de algunas de ellas debida a
la forma de acceso a las publicaciones (cerrado en el Salón de Estudio y
abierto en la Biblioteca Circulante y en la Sala Universitaria), el 1.060.570
de lectores atendidos en los nueve años de existencia en la Sala Universitaria
supone, en mi opinión, un resultado satisfactorio de este servicio. Conviene
tener en cuenta que el personal docente y, sobre todo, los discentes de las
universidades madrileñas también podían acceder a las restantes salas de
lectura.
A pesar del éxito de estos servicios de lectura
destinados a la sociedad en general y a la comunidad universitaria en
particular, se clausuraron en 1986, uno de los años más complejos de la
Biblioteca Nacional de España. A las obras de remodelación de la sede del Paseo
de Recoletos y al cambio en la política de acceso a la institución a la que me
he referido, se añadió la incorporación del Instituto Bibliográfico Hispánico[15],
de la Hemeroteca Nacional y el Centro Nacional del Tesoro Documental y
Bibliográfico[16]. Este
hecho ocasionó considerables disfunciones hasta conseguir un cierto ajuste
operativo y supuso un cambio de paradigma: la gestión bibliográfica y
bibliotecaria diversificada, concebida a comienzos de la década de los años
1970, y realizada por varias institucionales con rango nacional, fue sustituida
por la concentración en una sola: la Biblioteca Nacional. Además, se convertía
en la cabecera o entidad de primer nivel del sistema bibliotecario español que
cooperaría con las bibliotecas regionales, públicas, universitarias y científicas.
Demasiada función sin un aumento proporcionado de recursos de toda índole.
A esta restructuración se unieron otros hechos:
1) el aumento de la edición nacional y, por consiguiente, 2) de los procesos
técnicos a realizar, 3) la necesidad creciente cada año de espacio para
almacenar y conservar las publicaciones, 4) la transformación de los
procedimientos y, con ellos, de la mentalidad y metodología de trabajo de los
bibliotecarios que supuso la automatización y que podemos calificar de reconversión
intelectual.
Hubo otro hecho no menos importante y que
ocasionó una pérdida significativa de la memoria y de los conocimientos de la
institución, es decir: saber por qué se hacían las tareas de determinadas
maneras y no de otra. Me estoy refiriendo al cambio de la edad de jubilación
forzosa de los funcionarios[17],
que pasó de los 70 a los 65 años, aunque con un periodo progresivo de
transición. Esto ocasionó que los funcionarios de la promoción de 1986, es
decir, la mía, tuviéramos que hacer y rehacer algunos procedimientos sin que
nadie nos indicara por qué era mejor uno que otro. La persona que nos precedió
en el puesto de trabajo y que nos podía haber enseñado, se había jubilado o
estaba a punto de hacerlo, sin olvidar el halo de juventud impetuosa que nos
caracterizó. Este hecho tuvo sus consecuencias funcionales y enrareció el
ambiente, auspiciado por la creación de distintos niveles acompañados por
diferentes retribuciones a las que aspirábamos pesara a quien pesara.
En estas circunstancias se procedió a suspender
los servicios de préstamo domiciliario y de lectura facilitados,
respectivamente, por la Biblioteca Circulante, las Salas General y la
Universitaria. El proceso comenzó cuando hubo que cerrar el Salón de Estudio
debido a las demoliciones y reformas en el mes de octubre de 1986. Durante este
mes el servicio de publicaciones del Depósito General se facilitó en el espacio
ocupado por la Sala universitaria. El 13 de noviembre se cierra la atención a
los usuarios en la sección Circulante. En diciembre ya están embaladas las
colecciones de la Sala General, formada por 13.460 libros, y de la Circulante,
integrada por 30.757, listas para ser trasladadas al local previsto por la
Comunidad Autónoma de Madrid en la calle Azcona. En Noviembre[18]
se clausura la Sala Universitaria al público y los fondos que la componían, se
trasladan a los espacios que ocupaban la Biblioteca Circulante y la Sala
General. Desde este emplazamiento se remitieron a las naves de la ciudad de San
Fernando. Las grandes colecciones de escritores griegos y latinos se quedaron
en la biblioteca de referencia del Salón de Lectura. El resto iba a formar
parte de la colección de libre acceso que se pondría en la sala de lectura del
edificio que se construiría en la carretera de Alcalá de Henares a Meco.
Entre las sugerencias relativas al servicio que
se exponen en la Memoria correspondiente al año 1986, quiero destacar el
siguiente párrafo en el que se manifiesta el cambio de política de acceso a las
colecciones de la Biblioteca Nacional más allá de las obras iniciadas:
Es imprescindible que la Biblioteca Nacional asuma
definitivamente su papel: ser una biblioteca de investigación y conservación
del patrimonio bibliográfico y permitir el uso de sus fondos exclusivamente a
investigadores cuyo trabajo sea precisamente el de la investigación. Esto
implica prescindir del papel de biblioteca pública y biblioteca universitaria
que ahora realizamos.
Con estas ideas comenzaron los sucesivos
cambios de normas de acceso a las colecciones y servicios de la Biblioteca
Nacional que desde entonces se han redactado y publicado en el Boletín Oficial
del Estado.
Anexos
Año
|
Sala
|
|||||||
Salón de Estudio
|
Biblioteca Circulante
|
Sala General
|
Universitaria
|
|||||
Lectores
|
Obras
|
Lectores
|
Obras
|
Lectores
|
Obras
|
Lectores
|
Obras
|
|
1975 / 1978
|
-
|
-
|
-
|
501.037
|
-
|
230.554
|
248.375
|
-
|
1979
|
167.571
|
220.043
|
-
|
104.560
|
42.885
|
-
|
125.447
|
-
|
1980
|
160.222
|
213.634
|
-
|
112.937
|
48.143
|
-
|
105.955
|
-
|
1981
|
177.311
|
236.568
|
-
|
111.000
|
47.264
|
-
|
125.528
|
-
|
1982
|
204.692
|
271.794
|
-
|
115.655
|
53.575
|
-
|
110.613
|
-
|
1983
|
-
|
278.168
|
-
|
125.772
|
51.959
|
-
|
137.736
|
-
|
1984
|
-
|
345.862
|
-
|
115.685
|
47.731
|
-
|
148.589
|
-
|
1985
|
-
|
305.725
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
-
|
1986
|
-
|
233.598
|
-
|
108.632
|
47.784
|
-
|
58.327
|
-
|
Total
|
709.796
|
2.105.392
|
-
|
1.295.278
|
387.125
|
230.554
|
1.060.570
|
-
|
Anexo 1
Estadística
de usuarios y publicaciones en las salas de lectura general
[1] Los lectores que deseen
profundizar en lo expuesto en este epígrafe, pueden consultar, además del libro
de Manuel Carrión ya citado, las siguientes obras:
Escolar Sobrino, Hipólito El compromiso intelectual de bibliotecarios
y editores, Salamanca: Fundación Germán Sánchez Ruipérez, 1989. 380 p.
(Biblioteca del libro; R)
Iglesias Martínez, Nieves “Veneranda y poco dichosa biblioteca”:
Nuestra Biblioteca Nacional cumple 300 años, Gijón, Trea, 2012. 219 p.
(Biblioteconomía y administración cultural; 243)
[2] D. Miguel Artigas y
Ferrando y mi abuelo, Justo García Soriano, también bibliotecario y crítico
literario, compartieron algunos hechos pues los dos fueron premiados por la
Real Academia en 1924. D. Miguel Artigas obtuvo el premio por su estudio sobre Don Luis de Góngora y mi abuelo
consiguió el accésit por su investigación relativa a El licenciado Francisco Cascales. Ambos se presentaron a la
dirección de la Biblioteca Nacional, junto con D. Ángel González Palencia,
cuando fue elegido el Sr. Artigas Ferrando.
[3]
Las denominadas “Frecuentes”.
[4] Carmina intervino de forma importante en la vida de nuestra familia.
Ella fue quien le informó a mi padre de la existencia de un piso en la planta
cuarta centro de la calle Blanca de Navarra, situada a unos 10 minutos andando
de la Biblioteca Nacional. Alquiló esta vivienda hacia 1953 o 1954 y, años más
tarde, también el piso 4 izquierda. Allí nos trasladamos desde el Paseo de las
Delicias 85, donde nacimos mi hermana María Eloísa, en 1949, y yo dos años más
tarde.
En casa de
Carmina, situada en la calle Monte Esquinza 25, esquina a Blanca de Navarra, vi
el primer programa de televisión, acompañado de mi querida hermana y de dos
amigos y vecinos, Salvador y Fernando Rodríguez Trigueros, que vivían en el
piso tercero derecha: la boda de los monarcas de Bélgica Balduino y Fabiola.
Algunos días íbamos a casa de las hermanas Gutiérrez Pérez a ver los programas
infantiles que se emitían en aquellos años en la Televisión Española, en
particular de Boliche. Pocos años más
tarde fui compañero de su hijo en el colegio IDA (Institución Docente Nuestra
Señora de la Almudena) ubicado entre las calles Almagro, Monte Esquinza y
Jener.
Cierro los ojos y
veo su silueta, siempre vestida con el color del hábito del Carmelo, con un
botín más alto que otro, víctima de la poliomielitis o alguna otra enfermedad
de los huesos, con su dentadura prominente, que restaba atractivo a su rostro,
atractivo que suplía con su simpatía y bondad para con todos y, en primer
lugar, los lectores de la Biblioteca Nacional.
[5] Entre otros artículos publicados en la prensa
de esos años, se puede consultar el de Sorela, Pedro La Biblioteca Nacional se convierte en centro dedicado a la
investigación: Facilidades para el científico y dificultades para el
estudiante. – En: El país, 3 de enero de 1987
[6] En los goteos de la
quimioterapia se inyectaba Vincrisul,
un compuesto extraído de una variedad de rosales de Japón, Vitamina C y e hidrocortisona.
Además, por vía oral tomaba unas pastillas llamadas Melfalán, que, según se indicaba en el prospecto, también se usaba
como matarratas.
[7] Este año publiqué mi
primer libro: La independencia de los Estados Unidos de Norteamérica a través de la
presa española: ("Gaceta de Madrid y Mercurio Histórico y Político"):
Los precedentes (1763-1776) / selección, prólogo y
comentarios de Luis Ángel García Melero. --Madrid: Dirección General de
Relaciones Culturales, 1977. -- (Trabajos monográficos sobre la independencia
de Norteamérica; 1). -- D.L.M. 355566-1977. --ISBN 84-85290-07-0. Este libro
fue el resultado de la beca proporcionada por el Programa de Cooperación
cultural entre España y Estados Unidos que disfruté desde noviembre de 1973 al
mismo mes de 1975. Para buscar las noticias en dichos periódicos y
fotocopiarlas, acudí a la Biblioteca Nacional. Allí conté con la inestimable
ayuda de mi hermana María Eloísa y, a través de ella, como ya he expuesto,
conocí a una amiga suya, llamada Charo, de la que me enamoré y con la que me
casé en 1980. Esta misma amiga, cuando cumplía con el Servicio Social, me
auxilió en la búsqueda de las ediciones existentes de unos libros, titulados La reina Sevilla y Flores y Blancaflor, en el Índice General.
Nunca
comprendí por qué el Ministerio de Asuntos Exteriores no editó el segundo
volumen de este libro que comprendía las noticias de la contienda y de la
consumación de la independencia de Estados Unidos de Norteamérica. El material
lo conservé, debidamente organizado, hasta el año 2001.
[8] Nueva guía de las bibliotecas de Madrid / por Mª Isabel Morales
Vallespín, Alicia Girón García, Elena Mª Santiago Páez. Madrid: Asociación
Nacional de Archiveros, Bibliotecarios, Arqueólogos y Documentalistas, 1979. p.
5. Las autoras indican en el prólogo que los datos expuestos en la guía están
recogidos en 1977.
[9] Rodríguez Jouliá
Saint-Cyr, Carlos Los Reyes de España en
la Biblioteca Nacional. - En: Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos.
Madrid, LXXXI, (1978) nº 2, abril-junio, p. 181-182
[10] En 1979 se acometió la
reinstalación del alumbrado de fluorescentes colocando pantallas provistas de
tubos de 70 watios suspendidos con cadenas. Dos años más tarde, en 1981, se
pusieron torniquetes para el control de entrada de los lectores. Al año siguiente
se acometió el acondicionamiento del sótano de la Sala Universitaria,
estableciendo una comunicación con el depósito general por medio de una puerta
y de un montacargas, para utilizarlo como complemento de aquél.
[11] Luis Barreiro España,
tras prestar sus funciones en la biblioteca y centro de documentación del
Ministerio de Defensa durante varios años, regresó a la Biblioteca Nacional
para sustituirme en el puesto de Director del Departamento de Adquisiciones.
Aunque no trabajaba en esta institución, también fue miembro del comité
encargado de seleccionar un sistema informático para la Biblioteca en lugar del
SABINA (Sistema Automatizado de la Biblioteca Nacional) de lo que trataré más
adelante.
[12] Los Departamentos
creados fueron Impresos y Proceso, Índices y Depósito General, Fondos
Especiales, Fondos Antiguos, Materiales Especiales y Servicio al Lector y
Seguridad.
[13] Dª María Antonia
Chiverto Pareja regresó a la Biblioteca Nacional como funcionaria facultativa
del Cuerpo de bibliotecarios y, al menos, desempeñó la jefatura de las
Secciones de Depósito General y de Préstamo Interbibliotecario, cuando yo era
Jefe del Servicio de Depósito Generales y Préstamos. Posteriormente se fue a la
Comunidad de Madrid, desempeñando la dirección de la Biblioteca Pública ubicada
en la calle Azcona.
[14] El desglose anual del
aumento de la colección es el siguiente: en 1977 se adquirieron 205 títulos; en
1978, 530; en 1979, 822; en 1980; 378; en 1981, 447; en 1982, 800; en 1983, 602
y en 1984, 377.No se disponen de datos correspondientes a los años 1985 y 1986
Las cifras de ésta y otras tablas proceden de las Memorias anuales de la
Biblioteca Nacional disponibles en la Hemeroteca digital de esta institución.
[15] Incluso se trasladó
físicamente a la sede del Paseo de Recoletos desde el local que ocupaba en la
calle Atocha. Este hecho es lo que se dio en llamar “el desembarco del IBH”.
[16] Real Decreto 848 de 25
de abril de 1986 por el que se determinan las funciones y la estructura
orgánica básica de la Biblioteca Nacional, desarrollado por la Orden del
Ministerio de Cultura de 10 de junio del mismo año, Boletín Oficial del
Estado, 21 de junio de 1986.
[17] Ley 30/1984, de 2 de
agosto, de medidas para la reforma de la Función Pública. En Boletín Oficial
del Estado, núm. 185, de 3 de agosto de 1984
[18]
En la Memoria
correspondiente al año 1986 hay una contradicción. En un epígrafe de la misma
se indica que se cerró en el mes de junio y en otro, en noviembre.
Gracias por compartir tus recuerdos.
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