MEMORIAS DE UN BIBLIOTECARIO DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA Y TECNOLÓGICA
6. LA BIBLIOTECA DE LA UNIVERSIDAD
COMPLUTENSE DE MADRID
Yo me
encontraba muy a gusto en la Biblioteca Nacional: allí estaba mi padre, mi
hermana, mi novia y varios amigos además de los citados en capítulos anteriores.
También, la vivienda de mi familia estaba a unos siete minutos andando de esta
institución. Sin embargo, el sueldo de contratado administrativo asimilado al
Cuerpo Facultativo de Archivos, Bibliotecas y Museos no era muy cuantioso. Por
otra parte, cada mes de diciembre teníamos la espada de Damocles encima hasta
que nos confirmaban que el contrato se renovaba por un año más. El sentimiento
de clase de los funcionarios por oposición era otro hecho que originaba
malestar. Cada dos por tres, aunque hubiéramos estudiado en la Escuela de
Documentalistas y hubiéramos demostrado durante años que sabíamos hacer nuestro
trabajo, nos calificaban de enchufados y de no saber realizar determinadas
funciones. No resultaba agradable trabajar con algunas personas que nos
descalificaban cuando no estábamos presentes, sin reconocer que les ayudábamos
a sacar las castañas del fuego. Cuántos procesos se hicieron y cuántos
servicios se mantuvieron abiertos gracias a los “contratados”, como sucedió
años después, a partir de 1991, aproximadamente, con el personal de las
empresas privadas que obtenían una y otra vez el mismo o parecido concurso
público.
Esta
situación, la mentalidad funcionarial de mi familia, como forma de disponer de
cierta estabilidad económica, y el deseo de casarnos, me animaron a preparar
unas oposiciones a bibliotecario. Como he dicho, perdí, por motivos de salud,
las del Cuerpo Facultativos de Archivos y Bibliotecas, que aprobaron mis amigos
Carlos Ibáñez, Carmen Alba, Jorge Tarlea, Carmen Berzosa, Alejandro Carrión …
Las primeras que se convocaron fueron las de la
Escala de Auxiliares de Archivos, Bibliotecas y Museos de la Universidad
Complutense. Tenía, además, la ventaja de que las cuarenta y una plazas en
turno abierto que se convocaron eran para Madrid capital por lo que no cabía la
posibilidad de que perdiera al oncólogo, que periódicamente revisaba mi salud.
El 8 de septiembre de 1978 se publicaba en el Boletín Oficial del Estado la Resolución
de la Universidad Complutense de
Madrid por la que convoca concurso-oposición libre para cubrir 41 plazas
de Auxiliares de Archivos, Bibliotecas y Museos, vacante. en lo plantilla de dicho Organismo autónomo. en la localidad de
Madrid, Ciudad Real, Toledo y Guadalajara. Hay
que decir que esta escala, específica de la Universidad, fue la primera que se
convocó y que luego adoptarían otras universidades[1]
como punto de referencia. Se pretendía corregir así la casi crónica falta de
personal de las bibliotecas universitarias españolas[2].
Años después se crearían las Escalas de Ayudantes y de Facultativos, siguiendo
un esquema similar al de las bibliotecas de titularidad estatal. La conciencia
de la importancia de las bibliotecas entre el personal docente y el equipo
directivo, la labor realizada por muchos responsables de éstas, la dotación de
recursos humanos cualificados y de medios técnicos, permitieron salir a las
bibliotecas universitarias de su casi condición marginal. También recuerdo que,
cuando yo era estudiante y luego funcionario de la Universidad Complutense de
Madrid, el bibliotecario era considerado, poco más o menos, que un bedel con
corbata, dicho con todo respeto para con los bedeles.
A
partir de la publicación de la convocatoria, me dediqué a preparar las
oposiciones con la ayuda de algunas personas, como mi sobrina segunda Ana María
Sánchez Melero y su amiga Nines, que íbamos redactando temas con los apuntes de
la Escuela de Documentalistas, libros de la misma y de la Sección de
Bibliografía de la Biblioteca Nacional, así como con los principales tratados
de Historia de la cultura y de las civilizaciones. Fui superando uno tras otro
los ejercicios y, al final, quedé en cuarto lugar. Me precedieron mis
compañeras Hortensia Esteve Rey, María Isabel Casín Pozo y María Luisa Esteban
Hernández.
Los
años, en los que estuve en la Universidad Complutense, sucedieron
acontecimientos históricos como la redacción de algunos Estatutos de autonomías
y el inicio de una organización estatal nueva en la que se transferían
competencias, a las Comunidades Autónomas comenzando por la cultura y con ella,
la gestión de las bibliotecas. También tuvo lugar el golpe de Estado del 23 de
febrero de 1981, que estuvo a punto de llevar al traste la naciente democracia
española, la desunión de la UCD, el partido que había hecho posible la
transición del franquismo a una monarquía parlamentaria, y el ascenso al poder
del PSOE como gesto de un deseo de consolidación de la democracia y del cambio
político. Todos estos hechos estuvieron aderezados por la cruenta música de las
pistolas y de las bombas de ETA.
En mi
vida privada también sucedieron algunos acontecimientos importantes como
nuestra boda, que tuvo lugar el 23 de julio de 1980 en la Iglesia de San
Antonio de Padua situada en la calle Bravo Murillo de Madrid. Nuestro viaje de
novios tuvo como destino el precioso pueblo de Tossa de Mar, desde donde
visitamos otras localidades de la Costa Brava y la ciudad de Gerona. En este
período nació la segunda hija de mi hermano José Enrique, Laura. El contrapunto
lo pusieron los tumores que padecieron mi hermana Eloísa y mi suegro, Salvador
Fernández Paul, que volvieron a conmover a la familia, pero de los que se
recuperaron felizmente.
El mes
de noviembre de 1979 tomé posesión como funcionario de la citada Escala. El
director, D. Fernando Huarte Morton[3],
me destinó a la biblioteca del Centro de Cálculo de la Universidad Complutense
para colaborar en el Proyecto de Automatización del Catálogo Colectivo. Las tareas
inherentes a este puesto de trabajo, debía compartirlas con el recuento de la
colección de referencia de la biblioteca de la Facultad de Filología y con la
colaboración en la selección de publicaciones profesionales destinadas a la
actualización de los conocimientos y la formación permanente del personal
bibliotecario de la Universidad. De esta manera, parecía querer darme cierta
continuidad en los trabajos que había llevado a cabo en la Biblioteca Nacional.
Para la realización de estas dos últimas funciones, D. Fernando Huarte me fijó
un día de la semana: los miércoles.
Centro de Cálculo de la Universidad
Complutense
La
selección de las publicaciones profesionales la realizaba en la sede de la
dirección ý de la biblioteca general Marqués de Valdecilla, ubicada en la calle
Noviciado, donde estuvieron algunas Facultades hasta poco antes de comenzar la
Guerra Civil. Allí conocí a María Luisa López Vidriero Abelló, con la que
colaboraba en esta tarea. María Luisa tenía una gran influencia sobre el
director, con el que mantuvo una cordial amistad hasta el fallecimiento de D.
Fernando Huarte en 2011. Es una mujer inteligente, de amplios conocimientos en
historia del libro impreso antiguo, bibliografía y en colecciones de
bibliotecas patrimoniales. Yo tenía unas vagas referencias de ella: escribió
una carta de protesta a mi padre, presidente entonces de la Asociación Nacional
de Archiveros, Bibliotecarios, Museólogos y Documentalistas (ANABAD)[4],
por algún asunto relacionado con el Cuerpo de Ayudantes. Tras un fuerte
intercambio de opiniones (eran y, en el caso de María Luisa, sigue siendo dos egos muy potentes), quedaron tan amigos
y mi hermana y yo mantuvimos buenas relaciones con ella hasta que, años más
tarde, dejó la dirección del Departamento de Referencia de la Biblioteca
Nacional por la de la biblioteca de Palacio Real. Luego, la distancia, mi fobia
a los teléfonos y los mal entendidos nos fueron alejando. En el momento al que
me estoy refiriendo, me ayudó mucho y me brindó su amistad y hasta cierta
complicidad. Lamento no haber sabido mantener su amistad.
Lo
cierto es que no fui demasiadas veces a la sede de la Biblioteca Marqués de
Valdecilla a ayudar en la selección de publicaciones profesionales y de normas
nacionales e internacionales que interesaban a las bibliotecas y centros de
documentación. El motivo fue que lo tenía que hacer todos los miércoles
coincidiendo con mi presencia en la Facultad de Filología por lo que tenía que
alternar una y otra función.
Uno de
los objetivos de Fernando Huarte como director de la biblioteca de la
Universidad Complutense de Madrid, era crear una biblioteca central en la que
se realizaran los procesos técnicos de las bibliotecas de Facultad, se
albergara el catálogo colectivo, los manuscritos e impresos antiguos y una
importante colección de obras de referencia. Mi misión consistía en ir pasando
por las bibliotecas de las principales Facultades haciendo un recuento de las
obras de consulta y repertorios bibliográficos, al tiempo que seleccionaba las
obras que deberían ir a la biblioteca central.
Fernando Huarte Morton
Decidimos que empezara con la colección de referencia de la
Facultad de Filología. Allí me encontré, entre otras compañeras, con María
Teresa Munárriz, que ejercía de directora, y con Aurora Cuartero, con la que colaboró
en su día Ernesto García Camarero[5],
María Luis López-Vidriero y María Isabel Morales Vallespín dedicadas al proceso
técnico del libro antiguo. Allí conocí y conversé largo y tendido con un subalterno,
hermano del torero Marcial Lalanda, que buscaba
y restituía a sus sitios los libros consultados.
Cuando
llegaba a la Facultad de Filología, tras saludar a su directora, cogía el
fichero correspondiente a la signatura topográfica de las bibliografías,
catálogos, enciclopedias, diccionarios … y bajaba al depósito de publicaciones,
que estaba ordenado por la Clasificación Decimal Universal (CDU). Con la
paciencia benedictina que debería tener todo profesional de las bibliotecas,
fui cotejando el catálogo con las publicaciones para comprobar que estaban en el
lugar que les correspondía. Las incidencias que detectaba (libros desparecidos, los que estaban en la estantería, pero
no figuraban en el catálogo, aquellos que eran una publicación periódica, los
mal colocados, los que precisaban de una encuadernación o restauración, etc.),
las iba anotando en un cuaderno. Lo cierto es que no había muchos repertorios
bibliográficos aprovechables para la futura sala de referencia de la biblioteca
general sobre todo por su obsolescencia, salvo aquellos que se habían
consolidados como “clásicos”.
Las obras de consulta, en concreto los diccionarios y
enciclopedias, me depararon gratas sorpresas como una edición de la Encyclopedie française y los suplementos
que eran auténticos tratados para aprender cualquier profesión. Aunque le había
oído hablar de ellos a mi padre, descubrí las víctimas o los héroes (quizá
alguno salvó la vida a algún soldado) de la guerra civil. Me refiero a los
libros que utilizó el ejército republicano para construir trincheras que
sirvieran de parapetos a las balas y obuses de los militares sublevados. En
algunos aún estaba la metralla incrustada entre sus páginas. ¿Cómo olvidar el
ejemplar del Manuel du libraire et de
l’amateur du livre de Jacque-Charles Brunet atravesado por la munición?[6]
Cuando cambió el equipo rectoral de la Universidad
Complutense, casi coincidiendo con el triunfo del PSOE en las elecciones
generales de 1982, pocos
días después de la celebración del Seminario sobre automatización de servicios
bibliotecarios, al que me refiero más adelante, y cuando era evidente que el
proyecto de automatización del catálogo colectivo de la biblioteca no iba a
tener continuidad, Fernando Huarte, me remitió un comunicado el 21 de octubre
que textualmente decía:
Por favor,
hazte cargo de la organización de la colección de bibliografías de la
Biblioteca General (entendiendo en ella las de las Bibliotecas de Facultad). Y en párrafo aparte añadía Sin dejar de atender a lo mínimo indispensable de la Biblioteca del
Centro de Cálculo.
Esa era la sensibilidad y el tacto de Huarte. Ya no era tan
imprescindible mi presencia en el proyecto de informatización, pero no quería
desatender a la biblioteca y usuarios del Centro de Cálculo. Compaginé ambas
tareas dedicando unos días a una y otros a otra y facilité el teléfono en el
que me podían localizar para una emergencia.
Mi
actividad principal como auxiliar de biblioteca fue el proceso técnico de los
fondos bibliográficos de la biblioteca del Centro de Cálculo, en la
colaboración en el desarrollo del Proyecto de Automatización del Catálogo Colectivo
de la Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid (PACCBUCM) y en el
diseño del Seminario sobre automatización de servicios bibliotecarios celebrado
del 6 al 8 de octubre de 1982, que supuso un hito, aunque no se editaron todas
sus ponencias y comunicaciones.
Las
dos primeras actividades estaban íntimamente ligadas, pues el tratamiento
técnico de las colecciones servía como experimentación de los programas
informáticos desarrollados. Recordemos que la biblioteca del Centro de Cálculo
se creó en 1968[7], al
mismo tiempo que la institución, y que disponía de una organización básica
cuando me incorporé. Antes de mi incorporación, Felisa Casaseca, secretaria de
la dirección, ´que obtuvo plaza de funcionaria de la Escala de Auxiliares de
Archivos y Bibliotecas a la vez que yo, se encargó del registro, catalogación
de los libros en el reverso de fichas perforadas y colocación de los volúmenes
en el depósito ordenados por número correlativo. Ya entonces se elaboraron
programas informáticos para la impresión de listados de obras de la biblioteca.
Sus
colecciones constaban de algo más de 2.500 títulos de libros y de 70
publicaciones periódicas españolas y extranjeras. Los libros se encontraban
ordenados por la CDU y estaban a libre acceso de los usuarios, y las revistas,
por número correlativo y se conservaban en estanterías cerradas. Había, además,
un revistero con las últimas entregas ingresadas. La descripción bibliográfica
se efectuaba conforme a las ISBD y los descriptores utilizados para designar
los asuntos se traducían de los términos de un tesauro elaborado por la ACM (Association for Computing Machinery) de
informática y ciencia de la computación. Procuré simultanear la recatalogación
de los libros anteriores a mi incorporación con el proceso técnico de los
últimos ingresos. Desde su fundación, las novedades bibliográficas se difundían
a través del Boletín del Centro de
Cálculo de la Universidad Complutense, una de las pocas revistas
especializadas que entonces existían sobre informática. Los instrumentos para
recuperar la información eran los catálogos diccionario, sistemático,
alfabético de series y topográfico. Se proporcionaban los servicios habituales
de las bibliotecas en la década de los años 1980: lectura en sala, fotocopia de
artículos de revistas y de páginas de libros, orientación e información
bibliográfica y préstamo domiciliario al personal técnico del Centro de
Cálculo. Cuando los usuarios requerían más información bibliográfica, se
buscaba en los repertorios impresos de resúmenes a los que estábamos suscritos
para comunicarles los artículos de revistas relativos a la materia de su
interés.
La
biblioteca estuvo operativa hasta el año 1993 en el que María José García
Záforas, bibliotecaria encargada de su organización, falleció en accidente de
tráfico. Los fondos bibliográficos permanecieron embalados hasta que diez años
más tarde, en el año 2003, se crea la Facultad de Informática y se incorpora la
colección del Centro de Cálculo a la de la nueva Facultad.
Para
evaluar el desafío que supuso la automatización del catálogo de la biblioteca de
la Universidad Complutense de Madrid, es preciso tener en cuenta el momento en
el que se encontraba la informática y las telecomunicaciones a finales de la
década de 1970 y comienzo de la siguiente. Recordemos que predominaban los
grandes sistemas centralizados, que ocupaban mucho espacio, cuyo importe
económico era sumamente elevado y cuyas capacidades de velocidad de proceso y
de almacenamiento de datos eran mucho más reducidos que el más sencillo y
barato de los ordenadores portátiles actuales.
A lo largo de la década de los años 1970 se
investiga y se desarrollan microprocesadores cada vez más potentes que
facilitarán la aparición de los mricroordenadores. Éstos usan memorias externas
-los discos flexibles- para almacenar la información y, luego, discos
magnéticos de reducido tamaño. Asimismo, se utilizan pantallas y teclado para
grabar la información en el código ASCII (1968). Se diseñan sistemas
operativos, como el CP/M (Control Program / Monitor) en 1972, el Xenix (1980),
versión reducida de UNIX, el MS DOS (1981), el Windows (1985), etc., así como
lenguajes de programación adaptados a los nuevos equipos de pequeño tamaño,
como el Basic. Se inventan las impresoras de agujas (1978) y los “ratones·
(1974 y 1982 para IBM PC). Estos dispositivos se conectan gracias al estándar
RS.232-C (1969) que facilitaba el intercambio de información entre los
ordenadores y sus periféricos. Desde 1973 ya estaba disponible el protocolo
Ethernet que posibilitará la creación de redes locales de ordenadores. Surgen
varias empresas que se dedican al desarrollo de la microinformática y de
aplicaciones adecuadas a ésta. Enumeremos
algunos: Atari, Intel, Xerox, Microsoft
(1974), Altair, AMD, Apple (1975), Commodore, Motorola, Clive Sinclair,
Osborne, Columbia Data Products, Adobe Systems, Mouse Systems … En resumen, cuando se acometió el Proyecto de
informatización del catálogo colectivo de la Universidad Complutense, se estaba
produciendo un cambio radical en la informática, que iba a originar la
democratización y utilización de ordenadores personales y de aplicaciones
ofimáticas (procesadores de texto, hojas de cálculo, sistemas de gestión de
bases de datos) por un sector mucho más amplio de la sociedad, en concreto, las
pequeñas y medianas empresas y por cualquier individuo en su hogar.
También se estaban dando los primeros pasos de algunos de los protocolos y aplicaciones que originaron la
actual Internet. Recordemos: en 1969 los Estados Unidos crean Arpanet, una red
que interconectaba los principales ordenadores de defensa base de lo que luego
llegaría a ser Internet; en 1971 Ray Tomlinson, de Bolt, Beranek and Newman,
inventan el email para ARPANET: SNDMSG y READMAIL, escogiendo la arroba “@”
como símbolo clave del correo electrónico y se envía el primer e-mail en
octubre de ese año. En ese año Michael Hart funda el Proyecto Gutenberg,
considerada la primera biblioteca digital del mundo. En 1974 se instaura el
protocolo TCP/IP (Transmission Control Protocol/Internet Protocol) de la mano
de Vinton Cerf y Bob Kahn. Durante la década de los años 1980 tienen lugar
otros avances: en 1982 se presenta el SMTP (Simple Mail Transfer Protocol),
protocolo de red para intercambio de mensajes de correo entre dispositivos digitales
y, un año más tarde, Jon Postel, Paul Mockapetris y Craig Partridge establecen
los DNS (Domain NameSystem). Los siete primeros dominios web fueron: edu, com,
gov, mil, net, org e int.
El
entorno bibliotecario también era muy distinto. Había poca experiencia en
automatización de bibliotecas, salvo en los Estados Unidos de Norteamérica e
Inglaterra. Así mismo todavía faltaba mucho camino por recorrer en la normalización
bibliográfica y la correspondiente a la informática documental. El mayor avance
se encontraba en la teledocumentación o acceso a bases de datos remotas, que
Fuinca promocionaba y distribuía en España. Este progreso se produjo años
después de que Ernesto García Camarero pronunciara la primera conferencia sobre
automatización de bibliotecas en la Biblioteca Nacional de España en 1964 a la
que me he referido.
El
proyecto de automatización del catálogo de la biblioteca de la Universidad
Complutense no fue el primero que se acometió en España. En 1971 se puso en
funcionamiento el Sistema de Información Bibliográfica en el Seminario de Árabe
de la Universidad de Barcelona[8].
Parece ser que este mismo año se diseñó un formato para la fotocomposición del
repertorio Bibliografía española.
Cinco años más tarde y, a la vista del éxito del formato MARC II (1968) en la
automatización de la producción de fichas bibliográficas y de catálogos en las
bibliotecas norteamericanas, se
inicia un proyecto para revisar el citado formato de fotocomposición y
adecuarlo al MARC II. El resultado de este plan fue la edición del IBERMARC[9],
adaptación y versión muy simplificada del estándar norteamericano que, además,
incluía códigos identificadores de contenido de otros formatos europeos, como
el francés INTERMARC. A continuación, se inició el desarrollo de un programa
para la automatización de Bibliografía
española. El cambio de dependencia orgánica de las bibliotecas del
Ministerio de Educación al de Cultura, de reciente creación, obligó a elaborar
de nuevo los programas de aplicación para adaptarlos al nuevo sistema
informático. El método de trabajo empleado para la informatización de nuestra
bibliografía nacional, era el siguiente: una vez catalogado un libro por un
bibliotecario, se confeccionaba un cliché para reproducir las fichas
catalográficas impresas, que se distribuían a las bibliotecas suscritas a este
servicio, y se cumplimentaba un formulario IBERMARC, que grababan unas
operadoras utilizando un software de entrada de datos (denominado Keyfast, en el Ministerio de Cultura).
Después los datos se volcaban al sistema de gestión de bases de datos STAIRS
que facilitaba la recuperación de la información mediante el uso de operadores
lógicos y sintácticos.
En la
década de los años 1970 y tres primeros años de la década de los años 1980, se
emprendieron más proyectos de automatización de bibliotecas en España, casi
todos ellos basados en programas desarrollados ad hoc para las funcionalidades de un sistema bibliotecario concreto
por el personal informático del centro de proceso de datos que le daba
servicio- El software estaba alojado en el ordenador común para toda la
institución y se accedía a él mediante comunicaciones. Así sucedió en 1973 con
la biblioteca de la Fundación Universitaria Española automatizó sus catálogos,[10]
o con la aplicación de tratamiento por lotes de la Facultad de Informática de
la Universidad Politécnica de Madrid (1978). Durante este periodo se
acometieron la informatización de varias bibliotecas y servicios de
documentación, ente otros, el INTA, el Centro de Estudios y Experimentación de
Obras Públicas, el catálogo colectivo de publicaciones periódicas del Consejo
Superior de Investigaciones Científicas, el proyecto de mecanización de las
principales bibliotecas de Cataluña y Baleares (1977), el Catálogo colectivo de
publicaciones periódicas del Instituto Bibliográfico Hispánico (1979), el
Sistema de información para un catálogo automatizado de bibliotecas (SICAB)
empleado por el Instituto Catalán de Bibliografía y las bibliotecas populares
de la Generalitat de Cataluña (1980), el catálogo de registros sonoros y
publicaciones extranjeras de la Biblioteca Nacional, que alimentaba una de las
bases de datos de los Puntos de Información Cultural (PIC) del Ministerio de
Cultura (1980), el programa de Mecanizació de Biblioteques de la Universidad
Politécnica de Barcelona (MBUP) (1981) o el Sistema de Préstamo Automatizado
(1982) desarrollado por el Ministerio de Cultura y la empresa Olivetti e
implementado en la Biblioteca circulante de la Biblioteca Nacional y en las
bibliotecas públicas de titularidad estatal, la aplicación BUBIS de la
Universidad de Barcelona (1983) … Otra opción que adoptaron algunas bibliotecas
cuyos centros de proceso de datos soportaban sistemas informáticos IBM, fue la
implantación del programa DOBIS/LIBIS, como sucedió en la Facultad de
Informática de la Universidad Politécnica de Madrid o las bibliotecas de las
universidades de Navarra y Politécnica de Valencia.
Conviene
indicar que la mayoría de estas aplicaciones informáticas utilizaban una
estructura de datos y un sistema de códigos identificadores del contenido
elaborada para aquellas. Otras se basaban en el formato IBERMARC para
monografías, bien el de la edición provisional de 1976 o la edición revisada y
puesta al día, 1981 también para libros. Otras alternativas consistían en
adoptar el formato MARC norteamericano, el DMARC, como sucedía en la aplicación
DOBIS/LIBIS, o el UKMARC del que se derivó el CATMARC. Esta breve enumeración
basta para hacerse una idea aproximada de las dificultades de intercambio de
información bibliográfica, sin entrar en el detalle de los juegos de caracteres
y de las normas bibliográficas empleadas. Al igual que mi hermano Justo pensaba
que era preferible utilizar directamente las AACR2 (Anglo American Cataloging
Rules 2nd edition), yo pensaba que habría que adoptar el formato MARC en sus
sucesivas actualizaciones en lugar del IBERMARC, al que consideraba una
incompleta adaptación. Nunca me atreví a proponerlo, pues yo no era nadie en el
sistema bibliotecario español, un simple auxiliar de bibliotecas de la
Universidad Complutense. Creía que las personas encargadas de la política
bibliotecaria española eran las máximas autoridades en este asunto, así como de
la biblioteconomía y de la bibliografía. Por lo tanto, a ellas les correspondía
adoptar la decisión. ¡Qué equivocado estaba! Sí, podían tener una base teórica
en biblioteconomía, pero no en automatización documental. Además, los
Comisarios, los Subdirectores Generales o los directores de instituciones
bibliotecarias, eran en muchos casos cargos políticos más que técnicos y
estaban muy ocupados en la definición y en la gestión de las competencias a
transferir a las Comunidades Autónomas. No se percataron de que la decisión
sobre esas normas era fundamental para la cooperación bibliotecaria desde el
primer momento. Como siempre y en muchos aspectos de mi vida, pequé de ingenuo.
La
decisión de automatizar los procesos y servicios bibliotecarios de la
Universidad Complutense de Madrid fue producto de dos proyectos: el Plan informático
de la Universidad y el deseo de mejorar la organización de la biblioteca.
Aquél, elaborado por el director del Centro de Cálculo, Ernesto García
Camarero, contemplaba la documentación como un área más de la aplicación de la
informática y al mismo nivel que la investigación, docencia y la gestión
económica y académica. Los bibliotecarios, con su director al frente, Fernando
Huarte, aspiraban a que les ayudara a
poner a disposición de la comunidad universitaria y de los investigadores la
totalidad de los fondos existentes en la Biblioteca y su consulta. En 1979,
año de redacción del informe al que más adelante me refiero, la colección
bibliográfica de la Universidad Complutense se encontraba dispersa entre 211
bibliotecas de Facultades, Departamentos y Seminarios. Este hecho originaba 1º)
duplicaciones y aun multiplicaciones
innecesarias en las adquisiciones, 2º) deficiente
información sobre los fondos existentes, 3º) dificultades para la localización de los mismos y 4º) repetición de los procesos técnicos.
Las
frases en cursiva proceden del Informe del proyecto de automatización del
catálogo de la biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid redactado por
un grupo de trabajo creado por iniciativa del Vicerrector D. José Alcina Franch[11].
En él participaron, además, un representante del rectorado, José Antonio Gil
Béjar, dos informáticos (Ernesto García Camarero y Felisa Verdejo Maillo) y
seis bibliotecarios (Fernando Huarte Morton, Milagros del Corral Beltrán, María
Victoria Oliver Muñoz, María Teresa Munárriz Zórzano, María Luisa
López-Vidriero Abelló y el autor de estas líneas). En él se efectuaba un
estudio biblioteconómico y otro informático.
En el
primero se definían cinco bibliotecas pilotos (las de las Facultades de
Ciencias Biológicas, Físicas, de la Información, de Geografía e Historia y de
Psicología, cuyos depósitos albergaban en conjunto unos 160.000 volúmenes).
También se establecían los tipos de documentos a informatizar (monografías y
publicaciones en serie), se diseñaba un formato propio, se fijaban las claves
de recuperación de la información (descriptores, autores, editores, títulos,
ISBN o número de Depósito Legal y lenguaje natural o texto completo para las
obras que no estuvieran clasificadas) y se enumeraban los productos impresos a
obtener (listados de catálogos, boletines de adquisiciones y fichas
catalográficas). Se calculaba las necesidades de personal (30 personas en
total, 6 para cada una de las bibliotecas elegidas, encargadas del recuento de
las obras y de la codificación de la información) y se estimaba en seis meses
el tiempo que precisaría cada biblioteca para llevar a cabo estas tareas. Los
costes del personal se imputaban al capítulo de retribuciones y los de material
se englobaban en el presupuesto general de la biblioteca.
Debido
a su dispersión geográfica, el estudio informático contemplaba, que en cada
biblioteca piloto hubiera un sistema compuesto por un ordenador central, terminales locales en cada biblioteca de
centro y puestos de trabajo orientados a cada actividad. A continuación se
ofrecían las alternativas existentes entonces: la adquisición e implantación de
un sistema bibliotecario en funcionamiento (el programa DOBIS/LIBIS o el
desarrollado en la Universidad Politécnica de Barcelona mediante un acuerdo con
La Caixa), la utilización de un sistema de gestión de bases de datos para
desarrollar un sistema bibliotecario (las opciones enumeradas eran Stairs/DL1,
Jeudemo y CDS/ISIS) o diseñar un sistema propio, lo que podría requerir, extrapolando
las estimaciones de la Universidad Politécnica de Barcelona, cuatro años de
trabajo de un analista funcional y orgánico y uno de un programador,.
En la
última reunión del mencionado grupo de trabajo se decidió destinarme a la
biblioteca del Centro de Cálculo con el objeto de estudiar la puesta en marcha
del proyecto y de colaborar con los analistas en el desarrollo de los programas
informáticos pertinentes. También se acordó experimentar con dicha biblioteca
debido a la cuantía de sus colecciones, a las facilidades de grabación de la
información sin inversiones adicionales y a la comunicación permanente con el
personal informático. Se presumía que todo ello contribuiría a agilizar el
diseño y desarrollo.
Ernesto García Camarero
En el
mes de enero de 1980 se pone en marcha la automatización de la biblioteca del
Centro de Cálculo conforme a las especificaciones biblioteconómicas del citado
informe: recuento, recatalogación de las publicaciones existentes, catalogación
de las novedades bibliográficas, codificación y grabación de datos y obtención
de listados de autores, materias, títulos, series, sistemático y topográfico.
Un año
más tarde (enero de 1981) se decidió no continuar con el formato de entrada de
datos diseñado en el Informe mencionado, pues se iba haciendo cada vez más
complejo al no haberse previsto una parte importante de la casuística
catalográfica. Además, al no adecuarse a un estándar internacional (norma ISO
2709 y/o formato MARC), imposibilitaría el intercambio de información legible
por máquina. Se acordó utilizar la edición vigente del formato IBERMARC para
monografías añadiendo tres campos tomados del empleado por la Biblioteca Nacional
para grabar las signaturas topográficas y el número de registro de entrada de
los libros extranjeros. Estos campos, que constaban cada uno de dos subcampos
($a para especificar el número de signatura o de registros y $b para el código
de la biblioteca) eran el 036, Signatura topográfica, 037, Signaturas
topográficas de otras bibliotecas y 090, Número de registro de entrada.
La
modificación del formato de los registros bibliográficos implicaba un cambio en
los programas informáticos. Este hecho, unido a la adquisición por el Centro de
Cálculo de un miniordenador Optimist 80 de la empresa Ontel, con 48 Kbytes de
memoria central, dos unidades de disquetes, y una impresora asociadas de 48
c.p.s., animó al desarrollo de una aplicación de catalogación asistida por
ordenador[12] para
que el propio bibliotecario procesara en pantalla la publicación que tenía en
las manos. Ahorraba un paso al no ser necesaria ni la escritura de los campos
en la ficha catalográfica, ni la grabación de los datos mediante fichas perforadas
o a través de grabadores evitando una fuente de posibles errores. Además,
mejoraba la calidad de la codificación, pues el programa alertaba de errores en
la codificación. También permitía imprimir imágenes de registros para comprobar
errores de codificación, ortográficos, tipográficos y bibliográficos. Asimismo,
se imprimían juegos de fichas catalográficas con las entradas secundarias
escritas de forma automática. Cuando el disquete, con capacidad para almacenar 300
registros, se llenaba, se transmitían los registros al sistema central en el
que se registraban en una cinta magnética a partir de la cual se podían editar
los listados o catálogos.
A
finales del mes de febrero, o en marzo de 1981, empezaron a acudir al Centro de
Cálculo Enrique Calvo y Aurora García Fernández para grabar los datos de la
biblioteca de la Facultad de Psicología, dirigida por Isabel Belmonte. Su
participación permitió el aumento de la base de datos, la experimentación con
la casuística de los ejemplares de un mismo título existente en la biblioteca
general y en la de los departamentos y, sobre todo, ir formando a los
bibliotecarios en el uso de las nuevas tecnologías al tiempo que comprendían
las modificaciones de algunos procedimientos.
La
incorporación de la biblioteca de la Facultad de Psicología, la visita de
bibliotecarios ajenos a la Universidad Complutense a ver el programa y la
publicación del citado artículo de Luis Bengoechea, supusieron el punto más
álgido del proyecto de automatización del catálogo. A partir de ahí (téngase
presente las fechas en que estos hechos tuvieron lugar y los acontecimientos
políticos, sociales y económicos que vivió España) se cayó en la rutina, en
tratar de convencer a las autoridades universitarias con la finalidad de conseguir
medios para relanzar el proyecto.
Los
compañeros de Psicología y yo compartíamos el miniordenador con el apoyo
administrativo de la dirección del Centro de Cálculo. Por este motivo la
mayoría de los días no podíamos grabar e imprimir fichas. El importe de un
sistema informático idéntico o similar al utilizado resultaba prohibitivo tanto
para el presupuesto de la Biblioteca como para el centro de proceso de datos
cuyo sistema central, un IBM 360, se quedaba obsoleto por días. Si se decidía
optar por comprar e instalar el DOBIS/LIBIS, había dos problemas: el coste de
la aplicación (aproximadamente 1.500.000 ptas. de entonces) y que se requería
un IBM 370 o superior y otros tipos de discos magnéticos y de terminales. Este
mismo ordenador se precisaría en el supuesto de elegir uno de los sistemas de
gestión de bases de datos enumerados más arriba. La aplicación de la
Universidad Politécnica de Barcelona funcionaba en micrordenadores PDP 11 de
Digital y con otro sistema operativo, es decir, en un entorno informático
distinto al de la Universidad Complutense.
En
esta coyuntura se reincorporó Milagros del Corral, en calidad de vicedirectora,
que había cesado como Subdirectora General de Bibliotecas en julio de 1981.
Entre sus múltiples cometidos, se encontraba el proyecto de informatización de
la biblioteca. Sus conocimientos, sus contactos y su bien hacer resultaron
útiles, pero no se consiguió la imprescindible ayuda económica. En 1981 se
solicitó una ayuda a la Comisión Asesora del Fondo Nacional para el Desarrollo
de la Investigación Científica. El objeto de la misma era el desarrollo de un
proyecto de un sistema de teleproceso aplicado a la información bibliográfica
de carácter científico y técnico a partir del conocimiento acumulado en el plan
de informatización del catálogo que nos ocupa. En enero de 1982, incluso solicitó
el apoyo de D. Federico Mayor Zaragoza, Ministro de Educación y Ciencia, al que
conoció en la Unesco, para esta ayuda y para que se interesara por las
bibliotecas universitarias en general. Estas gestiones no lograron lo que se
pretendía y, de hecho, las reuniones del grupo de trabajo encargado del
proyecto se suspendieron en 1982, cuando el vicerrector confirmó que no habría
medios económicos ni técnicos. Además, estaban próximas unas elecciones que
darían el triunfo a un equipo rectoral nuevo, que se preocupó más de la
utilización de la informática en las tareas de gestión que en las de
investigación y documentación. Por otra parte, a finales de ese año y a
principios de 1983, en consonancia con el nuevo rector y vicerrectores, también
se produjeron cambios en el equipo directivo del Centro de Cálculo.
Todos
estos hechos y circunstancias pusieron fin a un proyecto pionero, que salió
adelante gracias al entusiasmo de unas pocas personas y a un entendimiento ágil
con Ernesto García Camarero. También cabe destacar la apuesta de Fernando
Huarte al que no le importó adscribir un funcionario de la recién estrenada
Escala de Auxiliares de Bibliotecas al Centro de Cálculo, cuando, sin duda,
había otros muchos destinos necesitados de “mano de obra” para ayudar a
organizar alguna colección bibliográfica conforme a sus acertados criterios
biblioteconómicos.
Mi
última actividad en la biblioteca del Centro de Cálculo surgió de mi carácter
investigador y espoleado por el ambiente que percibía en las bibliotecas. La
curiosidad de saber qué se estaba haciendo en España en informatización de
bibliotecas y el deseo de convencer a las autoridades académicas para que
apoyaran el proyecto de la Universidad Complutense, hicieron nacer en mi
desasosegado cerebro una idea: celebrar una reunión en la que se tratara de la automatización
de procesos y servicios bibliotecarios. También concebí una encuesta que
permitiera conocer los planes y la situación en la que se encontraban los
programas de mecanización bibliotecaria en España. Expuse ambos asuntos a mis
superiores (Fernando Huarte Morton, Ernesto García Camarero y Milagros del
Corral) y gustaron, incluso se contactó con la Subdirección General de
Bibliotecas del Ministerio de Cultura que facilitó su apoyo organizativo y
económico. Así nació el Seminario sobre automatización de servicios
bibliotecarios, promovido por el Ministerio de Cultura y la Universidad
Complutense y que se celebró en el salón de actos del Centro de Cálculo los
días 6, 7 y 8 de octubre de 1982.
Sus
ponencias no llegaron nunca a publicarse salvo algunas.[13].
Las doce restantes comunicaciones[14],
incluida la del insigne bibliotecario norteamericano Allen Kent titulada Library automation, que no figuraba en
el programa, deben de estar en el archivo de la biblioteca de la Universidad
Complutense o del Ministerio de Cultura[15].
Sin duda se debió a que, poco después de que el Seminario tuviera lugar,
comenzaron los cambios del equipo rectoral en la Universidad y en el gobierno de
la nación: los socialistas triunfaron por mayoría absoluta en las elecciones
generales garantizando la transición democrática.
Los
resultados de la encuesta, que me tabulé a mano (menos mal que de las 683 que
envié sólo respondieron 285 instituciones) y que interpretó en su comunicación
Victoria Oliver, pusieron de manifiesto que sólo había 9 bibliotecas que
estuvieran automatizadas[16],
20 en fase de automatización[17]
y 65 se estaban estudiando acometer la informatización de sus procesos y
servicios.
Las
Conclusiones o recomendaciones, que reproduzco en Anexo, se editaron en la Revista española de documentación científica[18] y
se extractaron en el volumen de Anexos de las Directrices para un Plan Nacional de actuación 1983/86 en
materia de documentación e información científica y técnica[19].
En ellas se recomendaban, entre otras cosas, la celebración de una reunión
anual sobre documentación automatizada para conocer los progresos en este
asunto, la creación de una oficina que informara a la comunidad bibliotecaria
española sobre equipos informáticos, programas y estándares (normas de
descripción bibliográfica, formatos, juegos de caracteres…), el desarrollo de un software español para
aplicaciones bibliotecarias, la creación de un catálogo colectivo de
bibliotecas universitarias (lo que años más tarde llegaría a ser REBIUN, Red
Española de Bibliotecas Universitarias) y la actualización de la base de datos
de Bibliografía Española, los
catálogos de la Biblioteca Nacional de España y el Catálogo colectivo de
publicaciones periódicas existentes en las bibliotecas españolas.
En
aquella época, además de la publicación de un denso artículo mío en su Boletín,
que testimonia el interés por la documentación[20],
sucedieron en la biblioteca del Centro de Cálculo dos hechos de cierta
importancia para la automatización de bibliotecas en España. La primera fue la
visita de unos bibliotecarios de Cataluña para ver la aplicación que estábamos
desarrollando. También conversaron conmigo sobre la posibilidad de que el
formato IBERMARC facilitase la catalogación de las obras multiparte en varios
niveles como preveían las ISBD, cosa que sí permitía el formato UKMARC. Como no
era factible, aquellos bibliotecarios (creo recordar que entre ellos se
encontraban Montserrat Lamarca y Lluis Anglada, aunque no estoy seguro), se
fueron decididos a adoptar el UKMARC como base sobre el que desarrollar el
CATMARC. Esta fue una de las razones de que se produjera la división de dos
comunidades bibliotecarias: Cataluña, usando el CATMARC, y el resto de las
Españas empleando el IBERMARC que se inspiraba en el USMARC.
El
segundo hecho al que me refería más arriba, fue una proposición de mi amiga y
compañera Margarita Taladriz Mas, resultado de nuestras conversaciones, entre
otros temas, sobre la importancia de mejorar las bibliotecas en España, de
modernizarlas mediante la automatización de sus servicios y procesos como
sucedía fuera de nuestro país, de las dificultades de hacerlo desde dentro de
las instituciones públicas y del resultado de la encuesta llevada a cabo. Me
dijo que su marido trabajaba en el Instituto Nacional de Industria, organismo
que contaba con una buena biblioteca, pero que no era lo suficientemente ágil
para atender las peticiones de los usuarios con la suficiente exhaustividad y
agilidad. Me preguntó si estaría dispuesto a escribir unas páginas sobre un
proyecto de automatización de bibliotecas que sirviera para decidir si
interesaba o no. Así lo hice y mi pequeño informe convenció, pues, poco después,
me entrevisté con el marido de mi amiga. La única limitación era que en el
desarrollo había que utilizar tecnología española, en concreto un ordenador
Secoinsa y el sistema operativo PICK, que se adecuaba a la longitud variable de
los registros bibliográficos y que, además, era un sistema de gestión de bases
de datos. El proyecto se adjudicaría a un departamento de consultoría de la
Empresa Auxiliar para la Industria (AUXINI). Primero me contratarían a prueba
durante unos meses y, después, si el resultado era admitido, me formalizarían
un contrato. Acepté y tramité, primero, un permiso sin sueldo de dos meses y,
después, solicité la excedencia de la Universidad Complutense. Cuando me fueron
concedidos, recibí una octavilla de Fernando Huarte adjuntándome la licencia y
una breve frase: Hasta el final nadie es
feliz. Así empezó la historia del programa para la automatización de
bibliotecas SABINI.
Es
hora de hacer una revelación. Además de la propuesta de mi compañera Margarita
Taladriz, tuve otras dos de forma casi simultáneas. Una procedía del marido de
mi compañera de la Universidad Complutense Isabel Miranda, fallecida años
después en trágico accidente de tráfico. Aquel trabajaba en IBM empresa que iba
a lanzar al mercado un modelo de midiordenador que creía adecuado para las
características técnicas que precisaban las bibliotecas y la información
bibliográfica. La otra proposición me la formuló José María Berenguer,
directivo de FUINCA y quien fue mi profesor de teledocumentación en la Escuela
de Documentalista, además de una de las personas más activas en la industria de
las bases de datos y en la asesoría de la política científica y de
investigación. Su idea era desarrollar una aplicación para la automatización de
pequeñas bibliotecas soportada en los ordenadores Commodore. No hubo ningún
motivo especial que me llevara a elegir la opción del Instituto Nacional de
Industria, salvo que Margarita Taladriz fue la que hizo la propuesta en primer
lugar.
También
he de confesar que mis conocimientos entonces eran muy limitados. La lectura de
artículos de revistas profesionales y de los programas de la IFLA suscitaron el
interés por la automatización documental. Estos estudios (estaba suscrito
particularmente a varias revistas nacionales y extranjeras de biblioteconomía y
documentación) me permitían estar a la última en el Control Bibliográfico
Universal (CBU), impulsado por Dorothy Anderson, en las normas internacionales
para la descripción bibliográfica (ISBD), que tradujo por vez primera Isabel
Fonseca, en el formato MARC desarrollado por mi admirada Henriette Avram y una
joven y atractiva Sally McCallum, y en el formato UNIMARC. Éste le promovía la
International Federation of Library Association and Institutions (IFLA) para
unificar las variantes nacionales MARC y la adecuación del formato a los
elementos establecidos por la ISBD. Mi bagaje se completaba con la lectura y
aplicación de las ediciones de 1976 y 1981 del formato IBERMARC redactadas por
mis admiradas bibliotecarias españolas María Jesús Cuesta Escudero, María
Teresa Munárriz y Rosario Martín Montalvo. Sabía manejar un programa de
catalogación asistida por ordenador (CAO, como lo llamábamos entonces),
desarrollado por el analista del Centro de Cálculo Luis Bengoechea Martínez con
mis indicaciones. Por último, supe indicar a, un joven programador, José María
Gimeno Blay, persona con la que sintonicé por nuestros recíprocos intereses
humanísticos, las claves de recuperación, los criterios de ordenación y el
orden en el que se debían representar los datos, identificados por unas
etiquetas, indicadores y subcampos, en un catálogo. No sabía nada más, lo
confieso, pero tenía interés en ayudar a los bibliotecarios a procesar grandes
volúmenes de información y a que los usuarios recuperaran más información y más
precisa. Sólo así se podría auxiliar y colaborar con la formación, la
educación, la investigación y el ocio de la sociedad.
ANEXO
RECOMENDACIONES
APROBADAS POR EL I SEMINARIO DE AUTOMATIZACIÓN DE SERVICIOS BIBLIOTECARIOS[21]
Considerando
que la introducción de sistemas automatizados en las bibliotecas reviste una
importancia capital para la transferencia de información y que es, por tanto,
clave para el desarrollo que aisladamente vienen desarrollando en este terreno
diversas instituciones del sector público y privado y comprobando que uno de
los principales problemas detectados es la falta de información y de conexión entre
los responsables de proyectos de automatización de bibliotecas y que este hecho
puede conducir a duplicidad de esfuerzos y despilfarros de recursos económicos,
el Seminario propone las siguientes RECOMENDACIONES:
1º. Que
se asegure la continuidad de los contactos iniciados en este Seminario mediante
la convocatoria periódica de reuniones de esta índole.
2º. Que a tal efecto el Secretariado de este
Seminario se constituya en Comisión permanente para el desarrollo de los
siguientes objetivos:
a.
Convocatoria
de una reunión monográfica sobre automatización de bibliotecas a celebrar en
1983.
b.
Estudio
de viabilidad de la creación de una oficina de información sobre los formatos,
programas, equipos, etc. existentes en la actualidad, se hallen o no
comercializados, así como la integración de esta oficina en el organismo
público o privado que pueda garantizar su mayor eficacia.
c.
Información
del resultado de sus gestiones a los participantes en este Seminario y a otras
personas e instituciones pudieran detectarse.
Con
este fin, se recomienda a todos los participantes que hagan llegar al
Secretariado de este Seminario cuanta información adicional estimen de interés
para la consecución de estos objetivos.
3º. Que
se intensifique la enseñanza de las técnicas de automatización de bibliotecas
en los planes de estudio de los centros docentes especializados.
4º. Que
se promueva el desarrollo de software española para aplicaciones bibliotecarias
mediante el establecimiento de líneas de ayuda a la investigación, tanto por
parte del sector público como del privado.
5º. Que, de cara a la posible implementación de
redes automatizadas de bibliotecas, se proceda con carácter de urgencia a la
publicación de las nuevas normas de catalogación de publicaciones unitarias y
seriadas.
6º. Que
cada biblioteca, a la hora de planificar la automatización de alguno de sus
servicios, tenga presente la posibilidad de incorporarse en el futuro a un
sistema cooperativo y que, en función de sus necesidades, se fijen unos
objetivos precisos que permitan una evaluación ulterior del resultado de su
actuación. En cualquier caso, parece recomendable que se utilicen formatos normalizados
a distintos niveles de exhaustividad.
7º. Que
en el sector público se apliquen los trámites para la adquisición e instalación
de equipos informáticos pequeños y medianos (microordenadores y
miniordenadores)
8º. Que, habida cuenta de la importancia de los
fondos documentales de las bibliotecas universitarias para la investigación
científica y técnica en sus últimos desarrollos, las universidades hagan
esfuerzos por crear catálogos automatizables de cara a un catálogo colectivo
automatizado de bibliotecas universitarias.
9º. Que
se impulse al máximo la actualización de la base de datos constituida por los
registros de “Bibliografía Española”, los catálogos de la Biblioteca Nacional y
el Catálogo colectivo de publicaciones periódicas existentes en las bibliotecas
españolas, facilitando el acceso a cintas, listados y consultas en línea.
10º.
Que se facilite la instalación de terminales
PIC en las bibliotecas españolas que lo soliciten.
[1] La génesis de esta
Escala se encuentra en la Ley General de Educación
y Financiamiento de la Reforma Educativa de agosto de 1970, que reconocía a las
Universidad la capacidad de autonomía y de regirse por su propio Estatuto. En
consecuencia, podrían crear sus propios cuerpos o escalas de funcionarios. En
una Junta de jefes de bibliotecas de la Universidad de Complutense, celebrada
el 19 de septiembre de 1975, ya se menciona un proyecto de estudio para crear
unas plantillas de auxiliares de bibliotecas, que serían financiadas con cargo
a los presupuestos de la universidad. El 21 de mayo de 1976 se aprobó en el Consejo
de Ministros la propuesta del Ministerio de Educación y Ciencia de crear la
Escala de Auxiliares de Archivos, Bibliotecas y Museos. Veintitrés
universidades solicitaron la creación de esta Escala y se dotaron económicamente
456 puestos de trabajo. Sobre este asunto se pueden consultar las
colaboraciones de María del Carmen Díez Hoyo, Isabel de Armas Ranero y
Margarita Taladriz Más en el Libro Homenaje a
Fernando Huarte Monrton (1921-2011), editado sólo en formato electrónico por la
Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid en 2012.
[2] En 1969, cuando cursaba
el segundo curso de comunes de la Facultad de Filosofía y Letras, había menos
bibliotecarios que en 1912. Las bibliotecas de cada Facultad prácticamente
disponían de impresos antiguos y obsoletos. Eran las bibliotecas de los
Departamentos y Seminarios las que disponían de presupuesto para adquirir
publicaciones de uso casi exclusivo por parte del personal docente y de los
doctorandos.
[3] Para conocer la
biografía de Fernando Huarte Morton resulta imprescindible consultar la
colaboración de María Cristina Gállego Rubio, Fernando Huarte: semblanza biográfica publicada en el Libro homenaje a este irrepetible bibliotecario, que escondía
sus conocimientos y timidez tras una fina ironía de origen inglés.
[4] El período en el que mi
padre, Justo García Morales, estuvo al frente de ANABAD, se ha tildado de
corporativista. Nada más falso: él consiguió modificar los estatutos de la
Asociación para que cualquier funcionario o personal contratado de las
administraciones públicas y del sector privado se pudiera presentar a cualquier
cargo de la Junta directiva. Prueba de ello es que, en la siguiente, presidida
por D. Manuel Carrión Gútiez, se presentó entre otras personas, mi mujer,
contratada laboral Nivel 2. Mi padre no tuvo suerte con las personas designadas
para desempeñar la secretaría y tesorería de la asociación.
[5] Mi tío Ernesto García
Camarero trabajó en archivos y bibliotecas en su juventud, Entre los primeros
cabe citar el del Ministerio de Hacienda, situado en el sótano del edificio de
la calle Alcalá. Catalogó Porcones o
alegaciones de derecho del fondo antiguo de la Biblioteca Nacional, clasificó
tesis doctorales de la Facultad de Matemáticas de la Universidad Complutense y
acompañó al bibliobús del pueblo de Vallecas, donde, además de controlar los
préstamos domiciliarios, aprovechaba para adoctrinar a los obreros contra el
régimen de Franco. Cuando Dª Aurora Cuartero estaba destinada en las
bibliotecas populares de Madrid, ayudó en el diseño de un prototipo de
bibliobús. Por estas actividades y por pertenecer a una familia en la que su
padre y su hermano mayor eran bibliotecarios, no resulta nada extraño que se
dedicara a la automatización de bibliotecas. Téngase en cuenta, además, que fue
la primera persona que habló de la informatización de estos centros en España. Lo
hizo en 1964, cuando pronunció una conferencia en la Biblioteca Nacional con el
título la Mecanización de catálogos de
bibliotecas. Se publicó una reseña de la misma en el Boletín de la Dirección General de Archivos y Bibliotecas, XIII
(1964) nº 76.
[6] Las personas
interesadas en profundizar en este asunto, puede consultar, al menos, las
publicaciones de mi estimada compañera Marta Torres Santo Domingo:
“Libros que salvan vidas,
libros que son salvados: la Biblioteca Universitaria en la Batalla de Madrid”. En:
Biblioteca en guerra, ed. Blanca Calvo y Ramón Salaverría, Madrid,
Biblioteca Nacional, 2005, pp. 259-285
Los libros de las
bibliotecas forman magníficos parapetos”. En: La Facultad de Filosofía y Letras de
Madrid en la Segunda República: arquitectura y Universidad durante los años 30,
/ Santiago López-Ríos Moreno y Juan Antonio González Cárceles, comisarios. - Madrid:
Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales: Ayuntamiento de Madrid:
Fundación Arquitectura COAM, 2008, págs. 584-599¨
“Otro testimonio de la
guerra Civil en la Biblioteca Complutense: El Batallón de Comuneros de Castilla” / Marta
Torres, Mercedes Cabello. – En: Pecia Complutense. 2008. Año 5. Num. 9. pp.
101-106
También son de interés, desde el
punto de vista de la restauración, los siguientes post de Javier Tacón Clavaín
en el blog Folio complutense: noticias de la biblioteca histórica de la UCM:
Los libros de la Guerra:
recuento de bajas y Libros con herida de guerra.
[7] La Biblioteca del
Centro de Cálculo, 1968-1982 / Gumersindo Villar
García-Moreno. – En: Del cálculo numérico
a la creatividad abierta: el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid (1965-1982):
[exposición] / Aramis Enrique López Juan (dir. congr.), - Madrid:
Universidad Complutense, Área de Humanidades, 2012. - ISBN 978-84-96701-63-2. - p. 65-71
[8] La historia de la
automatización de las bibliotecas aún está pendiente de ser escrita. Aparte de la
ponencia de Victoria Oliver Muñoz, titulada Situación
actual de la automatización de bibliotecas en España, presentada en el
Seminario sobre automatización de servicios bibliotecarios y, creo que
publicada en la Revista española de documentación científica en 1982 o 1983, en la que expone la interpretación de
los resultados de la encuesta realizada previamente a la celebración del
Seminario sobre automatización de servicios bibliotecarios a la que me refiero
más adelante, es imprescindible consultar el artículo y las referencias
bibliográficas en el contenidas, de Lluís Anglada i Ferrer Veinticinco años de automatización de bibliotecas en
Cataluña
publicado en BiD; textos universitarios
de Biblioteconomía y Documentación, nº 16, junio 2006 y el artículo de
Xavier Agenjo Bullón La automatización de la Biblioteca Nacional: recapitulación
histórica En: Boletín de la ANABAD, ISSN 0210-4164, Tomo 42, Nº 1, 1992, págs.
215-229
[9]
IBERMARC: formato para monografías: manual / redactado en la
Comisaría Nacional de Bibliotecas, con la colaboración del Centro de Proceso de
Datos]. – [Ed. Provisional]. – Madrid: Ministerio de Educación y Ciencia, 1976.
– 84 p.
[10] Cejudo, Jorge Los ordenadores electrónicos al servicio de
las bibliotecas- En: Jornadas de
Bibliografía. I. 1976. Madrid. – Madrid: Fundación Universitaria Española,
1977. – P. 647-658
[11] Universidad
Complutense de Madrid. Biblioteca Proyecto
de automatización del catálogo: Informe. – [Madrid: S.n., 1979]. – 22 h.
[12] Se puede encontrar una
descripción en el siguiente artículo: Bengoechea, Luis Un sistema de ayuda a la catalogación bibliográfica en
formato IBERMARC.
En: Boletín de la ANABAD, XXXI
(1981), nº 1, p.47- 55. También se publicó en el Boletín del Centro de Cálculo de la Universidad Complutense, nº 38,
junio 1981, p. 42-55. José María Gimeno Blay también colaboró en
el proyecto elaborando los programas de edición de listados o catálogos.
[13] El texto de la que expuse, titulada La normalización de los
formatos de entrada de datos, se publicó en La Revista Española de
Documentación Científica 1983 nº 2, P. 99-112 y nº 3, p. 205-213. También se
editó la de Antonio Valle Bracero, Informatización
del fondo de publicaciones periódicas del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas: desarrollo y experiencias. - En: Revista Española de Documentación Científica, 1983, 6 (1), p.
17-32. Creo recordar que asimismo se publicó en esta revista la de Victoria
Oliver Muñoz, titulada Situación actual
de la Automatización en España, pero no he logrado localizarla.
[14] Victoria
Oliver Muñoz, Manuel
Carrión Gútiez, Carlos Inglés Catón y Manuel Silvestre, Luis Olivella, Juan
Rodríguez Bouysse, Ernesto García Camarero, Antonio Valle, José María Berenguer
Peña, Isabel Fonseca Ruiz, Luis Bengoechea y Milagros del Corral Beltrán
[15] La base de datos
bibliográficos de la Biblioteca Nacional de España reseña tres ejemplares
depositados en la sede de Alcalá de Henares. Se debe tener en cuenta que los
textos están fotocopiados a partir de los originales aportados por los autores.
Faltarán algunas ponencias, pues algunos ponentes no entregaron texto alguno si
no que las expusieron como si fuera una conferencia.
[16] Instituto Bibliográfico
Hispánico, Red de bibliotecas de Barcelona, Centro de Documentación y
Biblioteca de la Facultad de Informática de la Universidad Politécnica de
Madrid, Catálogo colectivo de revistas de las bibliotecas del CSIC, Biblioteca
del Instituto de Información y Documentación en Ciencias y Tecnología (ICYT),
Biblioteca de la Cámara de Comercio e Industria de Madrid, Biblioteca General
de la Universidad Politécnica de Valencia, Biblioteca de la Universidad del
País Vasco e Instituto de Información y Documentación en Ciencias Sociales y
Humanidades (ISOC).
[17] Biblioteca del Museo
Naval, Bases de datos de partituras y libros extranjeros de la Biblioteca
Nacional, Hemeroteca Nacional, Sección Circulante de la Biblioteca Nacional,
Sección de Préstamo de la Biblioteca Central de las Bibliotecas Populares de
Madrid, Sección de Préstamo de las Bibliotecas Públicas de León, Valencia,
Cádiz y Murcia, Bibliotecas de las universidades Complutense de Madrid,
Autónoma de Barcelona, Autónoma del País Vasco y de la de Navarra, Centro de
Estudios y de Experimentación de Obras Públicas, General del CSIC, Instituto
Nacional de Reforma y Desarrollo Agrario (IRYDA), Centro de Alimentación y Nutrición,
Laboratorios Hubber, Cajas de Ahorros de Alicante y Murcia y Biblioteca Pública
Municipal de Alcoy.
[18] Recomendaciones aprobadas por el I Seminario de Automatización de
Servicios Bibliotecarios. – En: Revista
Española de Documentación Científica, 1983, 6, 1, p. 73-74
[19] Directrices para un Plan Nacional de actuación 1983/86 en
materia de documentación e información científica y técnica. – Madrid:
Ministerio de Educación y Ciencia, Secretaría de Estado de Universidades e
Investigación, 1984. – [v. 3] Anexos. – p. 93
[20] García Melero, Luis
Ángel El intercambio internacional de
información bibliográfica en forma legible por máquina. En: Boletín del Centro de Cálculo de la
Universidad Complutense, nº 38, junio 1981, p. 33-41. En él quise exponer
lo que se había hecho y lo que estaban desarrollando las bibliotecas extranjeras
y los organismos internacionales para conseguir que la sociedad pudiera acceder
a la descripción de los libros y artículos de publicaciones periódicas que
contenían la información que les pudieran interesar. Asimismo, me propuse
enumerar las múltiples barreras que habría que ir resolviendo: los sistemas
informáticos, las normas de descripción bibliográfica, los juegos de caracteres
informáticos, la transliteración de diferentes escrituras, los formatos de
transferencia, etc.
[21] Este Seminario, organizado
conjuntamente por el ministerio de Cultura y la Universidad Complutense, se
desarrolló en el Centro de Cálculo de la misma los días 6 a 8 de octubre de
1982. – V. también págs. 17 y sig. de este número de la “Revista esp. de Doc.
Cient.”
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