MEMORIAS DE UN BIBLIOTECARIO DE LA TRANSICIÓN POLÍTICA Y TECNOLÓGICA
2. MI PASO POR EL CENTRO
NACIONAL DE LECTURA
por Luis Ángel García Melero
En el mes de abril de 1975 fui contratado como
funcionario asimilado al Cuerpo Auxiliar de Archivos, Bibliotecas y Museos y
destinado al Centro Nacional de Lectura, heredero del Servicio Nacional de
Lectura creado a comienzos de los años 1950. En realidad, mi padre solicitó que
me empleasen para el Servicio Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico, que
dirigía desde 1972, fecha de su creación. El entonces Comisario de Bibliotecas,
D. Luis García Ejarque, le respondió que no bastaba que la mujer del César
fuese honrada si no que tenía que demostrarlo. Fue una forma muy clásica y
erudita de dar a entender que no era suficiente que fuese hijo de mi progenitor
para contratarme y que tenía que dar pruebas de mi valía. D. Justo le contestó
que no había ninguna ley genética por la que los hijos de los bibliotecarios
fueran tontos. Este cruce dialéctico dio como resultado que el contrato que
firmé fuera para trabajar en el mencionado Centro Nacional de Lectura. En
aquella época lo dirigía, en funciones, D. Anselmo González Santos, pues el
titular era el mismo Ejarque antes de ser designado Comisario.
El contrato me vino bien, porque la beca del
programa de Cooperación Cultural entre España y los Estados Unidos finalizaba
en noviembre de 1975. Ese año estaba afanado con la redacción del primer tomo
del libro fruto de la beca y con las clases que recibía en la Escuela de
Documentalistas. Charo, la amiga de mi hermana Eloísa y mi novia desde el
verano de 1974, también asistía al curso destinado a los auxiliares de
archivos, bibliotecas y museos impartido en la misma Escuela.
Charo entró en contacto con la Biblioteca
Nacional cuando solicitó esta institución para realizar la prestación del
Servicio Social en 1972. El secretario, D. José Almudévar, la destinó al
Servicio de Índice. En él intercalaba las fichas en el catálogo general en los
ficheros de madera que aún existían, entonces ubicado en el Servicio Nacional de
Información Bibliográfica. Estoy completamente seguro que ella, a petición de
mi padre, me ayudó a buscar las ediciones que había en la Biblioteca de la Historia de la Reina Sevilla y de Flores y Blancaflor, que se iban a editar en la Colección Púrpura de
la Editorial Libra para la que preparaba un prólogo. Nunca imaginé que esa
chica, calladita y laboriosa, que entabló una sólida amistad con mi hermana,
terminaría convirtiéndose en mi maravillosa compañera de camino, el don que me ha
entregado la vida. Durante los minutos que duró la búsqueda, los dos
ignorábamos que íbamos a ser el futuro del uno y de la otra. Me fijé en ella
por el hecho de ser amiga de Eloísa.
Debió realizar un Servicio Social muy bueno,
pues, al poco tiempo de terminarlo, la llamó el subdirector de la Biblioteca,
D. Manuel Carrión Gútiez, para ofrecerla un contrato administrativo que comenzó
en enero del año 1973. Primero la destinaron al punto de servicio en el que se
intercalaban las fichas en los catálogos del público. Poco tiempo después,
debido a la falta de personal en la Secretaría, la trasladaron a ésta por el
simple hecho de saber escribir a máquina. Allí trabajó con el entrañable D.
Luis García Cubero, que, con el tiempo, fue nombrado académico de la Real Academia
Matritense de Heráldica y Genealogía. Poco después se incorporó a esa unidad
Concepción López Cárdenas, Conchita,
amiga de la familia y de Luis. Resultaba extraño entrar en aquella Secretaría,
en la que se trabajaba muchísimo, pero bien, y con alegría, a veces, incluso entre
risas.
Cuando finalizó el contrato, ofrecieron una
interinidad a Charo, que continuó desempeñando sus funciones en el mismo sitio.
Al cubrirse la plaza mediante oposición, continuó trabajando por las tardes en
la Secretaría cumpliendo con las horas extraordinarias otorgadas a otra
auxiliar administrativa, pero que no podía hacerlas temporalmente. Al finalizar
estas circunstancias, Charo se quedó en el paro durante un tiempo.
Un día se presentó la ocasión de contratar a
una persona para el Servicio Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico.
Este hecho y la premura de tener que sugerir un nombre, indujo a mi padre a
proponer a María del Rosario Fernández Roca. Charo empezó a trabajar en El Tesoro, como se denominaba al
Servicio para abreviar, en octubre de 1974, en pleno proceso de traslado desde
su ubicación provisional, en la sala donde se hallaba la Sección de
Bibliografía, a la cuarta planta, al lado de la dirección de la Biblioteca,
ocupando las antiguas Salas de Órdenes Militares de la primitiva sede del
Archivo Histórico Nacional. En las estanterías de esta Sala se almacenaron
durante años las publicaciones menores y los carteles ingresados por Depósito
Legal. Si no me falla la memoria, ese emplazamiento lo ocupa en la actualidad
la Sala de Lectura de Publicaciones Periódicas.
Charo sigue trabajando en la actualidad en el Servicio
de Valoración e Incremento del Patrimonio, dependiente del Departamento de
Adquisiciones e Incremento del Patrimonio. Este Servicio es el heredero del
Servicio Nacional del Tesoro Documental y Bibliográfico.
Llegué al Centro Nacional de Lectura, ubicado
en el lateral del edificio de la Biblioteca Nacional de la calle Villanueva[1],
junto con mis compañeras de la Escuela de Documentalistas, Dª Isabel Guillamón
Duch[2],
Dª Pilar Alonso y Dª Araceli Hernández García. Nos destinaron a los cuatro,
primero, a la biblioteca circulante y, algo más tarde, a la denominada
biblioteca modelo.
La biblioteca circulante, cuya jefatura
desempeñaba la facultativa María Peñalver, estaba formada por libros que se
compraban y por los terceros ejemplares de las monografías con ISBN, ingresadas
por Depósito Legal, que remitía el Instituto Bibliográfico Hispánico. Su
finalidad era prestar a las bibliotecas públicas provinciales o municipales
obras que no existían en su colección y que era demandadas por algún usuario.
Si hago caso de los comentarios de bibliotecarios que trabajaron en ella, entre
los que se encontraba mi hermano Justo cuando obtuvo la oposición de
funcionario del Cuerpo Auxiliar (actual Ayudantes), y de lo que yo percibí
mientras trabajé en el Centro Nacional de Lectura, creo que fue la biblioteca
prestataria cuyo fondo menos circuló en su historia. En cambio, los
trabajadores sí nos beneficiábamos de esta colección. Allí Isabel, Pilar,
Araceli y yo realizábamos todo el proceso técnico de los libros a ella destinados.
Años más tarde, me volví a encontrar con la
biblioteca circulante. Al desaparecer el Centro Nacional de Lectura, pasó a
formar parte de la Biblioteca Nacional de Préstamo (BNP). Cuando se suprimió
ésta y se integró en la Biblioteca Nacional de España, me tuve que hacer cargo
de los fondos de la BNP en mi condición de Jefe de Servicio de Depósitos
Generales y Préstamos. Localicé la colección en una de las dos naves de la
calle Arroyo de Teatinos de San Fernando de Henares. En ellas se almacenaban
los libros y revistas a la espera de la construcción del Edificio que se habría
de erigir en los terrenos cedidos por la Universidad de Alcalá de Henares en la
carretera que unía esta ciudad con el pueblo de Meco.
Un día nos subieron a Isabel, Pilar, Araceli y
a mí un piso más arriba de donde se encontraba la biblioteca circulante. Allí
estaba la denominada biblioteca modelo.
Esta consistía en unas estanterías con cabida suficiente para los lotes
fundacionales destinados a una biblioteca municipal o Centro Coordinador. En
ellas colocábamos, ordenados por la Clasificación Decimal Universal (CDU), pues
la colección se disponía a libre acceso de los usuarios, los ejemplares de los
libros comprados una vez realizado el proceso completo. Este incluía el sobre
con la cartulina para la anotación de los datos de préstamo domiciliario que se
pegaban en la contracubierta. También confeccionábamos y pegábamos las
etiquetas que contenían la signatura topográfica, también denominadas tejuelos
o marbetes, como los denominaba la Condesa de Churruca, mujer de D. José María
de Areilza. De esta manera resultaba relativamente fácil embalar las
publicaciones, indicando, además, el espacio a reservar para cada número de la
CDU, y volverlas a colocar en la biblioteca destinataria. Recuerdo que los
lotes que preparábamos iban destinados a la Biblioteca Pública de Vitoria.
Otro día me encontré con la sorpresa de que me
separaron de mis compañeras Isabel, Pilar y Araceli y me bajaron a la planta
principal. A excepción de ellas y de los encargados del depósito, D. Gregorio Calleja Arroyo y D. Julio Martínez Arranz, en ella se
encontraba el grueso de la plantilla. Entre otros, recuerdo al conserje mayor, D.
Félix Redondo, a Dª Carmen Romón, Dª María de Carmen Bilbao y María del Carmen
Garnica, secretarias del director en funciones, D, Anselmo González Santos[3].
En la Oficina Técnica trabajaban las facultativas Dª María Peñalver Simó y Dª Victoria
Oliver Muñoz[4], las auxiliares
de bibliotecas, como entonces se llamaban a las actuales ayudantes, Dª María Dolores
Campaña, Dª Carmen Pena[5],
Dª Carmen Mañueco y Juan, del que tampoco recuerdo sus apellidos. También
estaba en esta Oficina Dª Carmen Lacambra Montero, que llegó a ser la primera
Directora General del Organismo Autónomo Biblioteca Nacional, y que entonces era
contratada administrativa asimilada al Cuerpo Facultativo. Por último, allí
trabajaba, desde 1952, mi prima hermana María de la Libertad Melero Palomeque, cuando
dirigía el Servicio D. Cesáreo Goichoechea Romano, al que sucedieron D. Enrique
Fernández Villamil y Alegre y D. Hipólito Escolar Sobrino. Primero fue
contratada hasta que en 1967 obtuvo el puesto de trabajo de funcionario del
Cuerpo Auxiliar Administrativo. Colaboraba en las propuestas de selección de libros
y se encargaba de la atención a los proveedores, así como de las relaciones con
los editores y libreros entre los que distribuía las compras de los ejemplares
seleccionados para los Centro Coordinadores de Bibliotecas y las bibliotecas
municipales.
En la Oficina Técnica mis funciones consistían
en registrar y catalogar, sobre todo, libros infantiles y juveniles, además de
otros sobre zoología y flora. No me gustaban este tipo de libros, no por sus
contenidos, si no por la dificultad que entonces suponía para mí diferenciar un
grabado de una lámina o ilustración conforme a las normas entonces vigentes. Mi
carácter obsesivo y perfeccionista me inducían a dudar una y otra vez.
Pero lo que más recuerdo de aquellos meses en
la Oficina Técnica son las largas conversaciones que manteníamos sobre la
situación política de España. El Consejo de Guerra a terroristas de ETA y del
FRAP que desembocó en su fusilamiento, la larga agonía de la enfermedad de
Franco, la Marcha Verde en el Sahara español y la incógnita que se abrió a la
muerte del dictador sobre el futuro de España eran los temas de conversación
como, sin duda, también sucedía en otras instituciones públicas y privadas.
Había miedo y esperanza al mismo tiempo. Estos sentimientos se revelaban en los
consejos que te decían algunos compañeros en un aparte: “No te signifiques
demasiado”. Nadie sabía qué iba a suceder a partir de la muerte de Franco y del
nombramiento como rey de Juan Carlos de Borbón. ¿Seguiría todo igual? ¿Estallaría
una nueva guerra civil? ¿Se instauraría una democracia?
El Centro Nacional de Lectura[6]
comenzó a perder contenidos a raíz de los Reales Decretos por los que se iban
transfiriendo las competencias en materia de cultura y bibliotecas a las
Comunidades Autónomas, creadas a raíz de la aprobación de la Constitución de
1978. Empezaron al año siguiente trasladando las de Asturias, Canarias,
Castilla La Mancha y Extremadura y finalizaron en 1999, cuando se pasaron a la
Ciudad Autónoma de Ceuta. Antes, exactamente en 1985[7],
el Centro Nacional de Lectura fue suprimido en la Disposición Adicional Segunda
Tres que especifica que sus competencias son asumidas por el Centro de
Coordinación Bibliotecaria. Esto supuso un cambio de destino de algunos de los
funcionarios que trabajaban en aquel, como fue el caso, entre otros, de Anselmo
González Santos, Isabel Guillamón, Pilar Alonso, Julio Martínez Arranz…
[1] El Centro Nacional de
Lectura ocupaba las dependencias donde se encuentran en la actualidad el
Servicio de Depósito Legal y la Sala de lectura del Servicio de Dibujos y
Grabados.
[2] Posteriormente, Isabel,
con la que continúo manteniendo amistad, se hizo funcionaria y desempeñó sus tareas
en el Centro Nacional de Intercambio de Publicaciones, Biblioteca Nacional de
Préstamo, Sección de Canje de la Biblioteca Nacional y biblioteca y centro de
documentación del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, que dirigió
hasta su jubilación.
Pilar Alonso continúa trabajando en la
Biblioteca Nacional de España hasta su reciente jubilación.P
Araceli Hernández García trabajó en el
Ministerio de Cultura y después perdí su rastro
[3] Anselmo González Santos, antes de
aprobar la oposición al Cuerpo Facultativo de Archivos y Bibliotecas, trabajó
como profesor en una escuela donde también impartieron clases mi cuñada Rosa
María Fernández Ruiz y mi hermano José Enrique. Desconozco si previamente a ser
adscrito al Centro Nacional de Lectura estuvo destinado a otra biblioteca.
Cuando se suprimió el Centro, se le adscribió a la Biblioteca Nacional hasta
que obtuvo el puesto de Jefe de Servicio de Depósito Legal. Impartió clases en
la Escuela de Documentalistas (fue mi profesor de catalogación en la Escuela de
Documentalistas) y en otras academias. Junto a Dª Isabel Fonseca Ruiz y mi
hermano Justo García Melero, colaboró en la redacción de la últimas Reglas de Catalogación, basadas en la
ISBD, aún vigentes.
[4] Victoria Oliver Muñoz
influiría en mi carrera profesional durante la década de los años 1980. El 13
de septiembre de 1972 ingresó en el Cuerpo Facultativo de Archivos y
Bibliotecas. Estuvo un tiempo en el Servicio Nacional del Tesoro Documental y
Bibliográfico, haciendo prácticas, junto a Begoña Ibáñez Oriega y Blanca Calvo
Alonso-Cortés. Luego fue destinada a la Universidad de Barcelona. Estuvo como
Consejera Técnica cuando Dª Milagros del Corral Beltrán y D. Manuel Carrión
Gútiez desempeñaron el puesto de Subdirector General de Bibliotecas. En 1981
obtuvo una plaza mediante concurso en la Biblioteca del Consejo Superior de
Investigaciones Científicas desempeñando sus funciones en la Biblioteca de
Matemáticas y Estadística, donde desarrolló una red de bibliotecas de
matemáticas.
[5] Carmen Pena,
bibliotecaria de amplia cultura, gran conversadora y de fuerte carácter, de
ideología republicana. fue la ganadora de un concurso para dar nombre a un
barrio que se estaba construyendo en el sur de Madrid: San Cristóbal de los
Ángeles.
[6]
Para conocer más
sobre el Servicio, luego Centro Nacional de Lectura se puede consultar mucha
bibliografía, pero recomiendo el libro de Luis García Ejarque, Historia de la lectura pública en España.
– Gijón: Trea, 2000. – 533 p., que fue su director desde 1958 hasta 1974. A
partir de este año y hasta 1977 desempeñó el cargo de Comisario Nacional de
Bibliotecas hasta. Las personas interesadas en conocer más sobre la vida y obra
de este singular bibliotecario del siglo XX, puede leer la Miscelánea – Homenaje a Luis García Ejarque. – Madrid: FESABID,
1992. – 296 p. aunque hay que actualizar los datos con las importantes
publicaciones que editó después de 1992.
[7] Real Decreto
565/1985. de 24 de abril. por el que se establece
la estructura orgánica básica del Ministerio de Cultura y de sus Organismos
autónomos. En: Boletín Oficial del
Estado, núm. 103 de 30 de Abril de 1985
Como siempre, una gozada acercarse a tus memorias donde mencionas a tanta gente que uno conoce de oídas o a través de sus escritos. Esperamos una tercera (y pronta) entrega
ResponderEliminar¡Muy interesante!
ResponderEliminarEspléndidas memorias! Ato cabos sueltos, desde aquellos magníficos prólogos de la colección Púrpura de Ediciones Libre hasta el curso 1983-84 en el Centro de Estudios Bibliográficos y Documentarios.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, Luis Ángel.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMuchas gracias por este texto tan interesante que me ayuda a mantener algunos recuerdos
ResponderEliminarde mis primeros años en la profesión